Ser joven en el fin de los tiempos: Reseña de Umurangi Generation

Por Alejandro Manzano

Entre las joyas que podemos encontrar en Xbox Game Pass, esta semana quiero destacar un videojuego que se gana a pulso el título de “único y diferente”: Umurangi Generation (2020), de Naphtali Faulkner —un desarrollador indígena, miembro de la tribu maorí Ngāi Te Rangi iwi, originaria de lo que hoy es Nueva Zelanda—, se presenta en su página de Steam como “un videojuego de fotografía en primera persona ambientado en un futuro de mierda”, pero, si tú sigues mi consejo y lo juegas, querido lector, descubrirás que Umurangi Generation es todavía mucho más que eso.

En entrevista con The Indie Game Website, Naphtali Faulkner (quien también usa el nombre Tali Faulkner) explica que su enfoque para el diseño de este juego partió del concepto de “diseño respetuoso” (respectful design) acuñado por el Dr. Norm Sheehan, un académico aborigen australiano.

El diseño respetuoso del Dr. Sheehan busca superar los paradigmas occidentales, que se centran excesivamente en los seres humanos concebidos como individuos, para, en lugar de eso, poner el énfasis en las comunidades y en el territorio en el que habitan. Ninguna de estas cuestiones está demasiado abstracta o ajena a la experiencia práctica de jugar Umurangi Generation.

Casi siempre, los juegos en primera persona (en los que se simula que miras a través de los ojos de tu personaje) son de disparos, pero, en este caso, los disparos que haces son más bien “tirar” con una cámara DSLR (o sea, de grado profesional) que se simula con todo y enfoque, apertura, velocidad y distintos lentes que vas desbloqueando conforme juegas (empiezas con uno estándar y luego consigues el telefoto, el gran angular, el ojo de pescado, etcétera). Lo mejor de esto es que la mecánica de fotografía está profundamente ligada a la forma en la que, poniendo en práctica las ideas del diseño respetuoso, Umurangi Generation trabaja con la noción de espacio para transmitir su narrativa y expresar apasionadamente el espíritu de nuestra era.

Al jugar, encarnas el papel de una mensajera y fotógrafa maorí, que vive en Aotearoa (alias “Nueva Zelanda”) en un futuro cercano devastado por el cambio climático. Tu tierra está bajo la ocupación militar de las Naciones Unidas. Los cascos azules están perdiendo una guerra contra monstruos gigantes que salieron del mar (y son del famoso estilo kaiju que nació con Godzilla), pero este juego no se trata de pelear contra los monstruos pilotando robots. Vaya, los robots están ahí, pero solo aparecen de pronto en el fondo, como siluetas enormes, parte del paisaje.

Tus héroes han muerto, las fotos y velas que tus vecinos dejan en su honor en las calles se mezclan con el desdén que expresan hacia los invasores que ya ni siquiera pueden defenderlos de los kaijus.

El foco (y genialidad) de Umurangi Generation es a escala humana, entre jóvenes desencantados que fuman y escuchan música electrónica rodeados de graffiti (dicho sea de paso, el graffiti es una de las mejores partes de este juego: va desde denuncias contra la ocupación a amargos chistes de humor negro, hasta los lamentos de un soldado que, por tener que irse la guerra, ya no pudo cumplir su sueño de ser ingeniero).

Los adolescentes están deprimidos, los soldados que los vigilan tienen miedo. El futuro se clausuró hace tiempo.

Todo esto armoniza para transmitir los sentimientos encontrados de alguien que es joven pero nació en un mundo que se está acabando, una de esas personas que saben que serán más longevas que las condiciones que hacen posible aspirar a tener un siquiera aceptable estándar de vida, los adultos jóvenes de un planeta moribundo que, tal vez, lo único que puedan hacer para desahogarse de su situación sea posar irreverentes e irónicos ante las instituciones y autoridades que los abandonaron hasta ese momento y que, incluso en el atardecer de un mundo arruinado por su mezquindad y avaricia, no relajan su control violento ni su bruto poder.

No está de más decir que Umurangi Generation captura elocuentemente el zeitgeist de la juventud en la era del cambio climático.

Nuestra época exige grandes obras de arte para explicarla. Los videojuegos son arte y, con Umurangi Generation, una vez más el arte vuelve a triunfar.

En cada nivel, debes tomar una serie de fotos que retraten elementos específicos (y que a veces deben tomarse con ciertos lentes) y, para hacer esto, forzosamente tienes que recorrer los entornos tridimensionales que el artesano Tali Faulkner labró para su juego.

En un estilo lo-fi, con modelos de pocos pixeles y colores vivos contrastantes entre sí, cada nivel es también una maqueta finamente detallada con docenas de toques sutiles con los que se plasma la situación de ese triste mundo, la cultura de su gente y las estrategias que improvisan para aguantar y sobrevivir en su dolorosa época.

De este modo, Umurangi Generation establece mecánicas de exploración (y, hay que decirlo: dado que la fotografía es un arte, también son mecánicas de expresión para el jugador) que hacen que sea un juego al se juega experimentando su narrativa ambiental.

Una vez más, los desarrolladores independientes están en la vanguardia de la exploración de las posibilidades de los videojuegos como medio narrativo. Lo que en un juego de alto presupuesto o “AAA” se limitaría quizá a unas cuantas pisadas marcadas con sangre, un texto “ominoso” en las paredes o un esqueleto tirado cerca de un arma (y que con eso se ufanan de tener “buena narrativa ambiental”) en Umurangi Generation es el mismo corazón latiente de toda la experiencia.

Jugarlo es resolver un puzzle en el que, primero, tienes que encontrar un elemento de tu lista de objetos que deben ser fotografiados y, luego, con frecuencia, hay que encontrar un punto exacto en el que puedas fotografiarlo con la lente que tienes que usar.

Es un puzzle que se resuelve recorriendo todo el espacio, el nivel entero de ida y vuelta (y luego de ida otra vez), revisitando sus lugares, conociendo los caminos posibles, viendo bien a dónde sí puedes ir…

Te acabas convirtiendo en una especie de “nativo” de sus niveles, viejo conocido de sus rincones y experto en lo que hace cada personaje y animal. Umurangi Generation está en primera persona, pero no es un juego de disparos que se trate de destruir a lo que se te ponga enfrente. Más bien, se trata de conocer tu entorno, de preguntarte cómo funciona, de explorarlo y, al final, retratar e incluir a cada uno de sus objetos, personas y detalles a través de tu cámara.

Para pasar el juego debes de interesarte por tus vecinos (tu comunidad) y ver todo lo que tiene que contarte la geografía del nivel y lo que te comunica el entorno (tu territorio). No es un juego de disparos, de “usar” a los otros elementos o, peor aún, de herirlos, humillarlos o matarlos.

Es, genuinamente y en todo rigor, una obra de arte en la que ejerces el respeto.

O sea, que es una excelente puesta en práctica de la idea de diseño respetuoso que desarrolló el Dr. Norm Sheehan. Además, su música es excelente. Umurangi Generation es un testimonio atrevido, que tomó riesgos estéticos… vaya, es un ejemplo valiente del amplio potencial que todavía guardan los videojuegos como forma de arte.

Me faltan las palabras para recomendarlo con todo el entusiasmo, camaradería, cariño y fuerza que este hermoso juego me transmite.

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