Baúl de Jack 1973: The Dark Side of the Moon

Por Kevin Alcaraz

Cuando Roger Waters, David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason gestaron el álbum conceptual por definición, quizá no sospechaban el cuantioso impacto que su obra tendría en la cultura global, y cuyo largo brazo sigue vigente a cinco décadas de distancia. Una tragedia moderna en tres actos que carga consigo una fascinante historia, tanto dentro como fuera de su música.

En 1971, con la publicación del álbum Meddle, Pink Floyd mostraba al mundo un punto de inflexión importante para la banda; nacía de forma extraoficial el sonido que los caracterizaría y que los convertiría en leyendas con la majestuosa canción Echoes.

Aunque luego se comprometieron a componer la banda sonora para una extrañísima película francesa llamada La Vallée, el grupo cocinaba desde entonces el trabajo definitorio de sus carreras: The Dark Side of the Moon.

Estando de gira por Europa continental a principios de 1972, se asomaban los primeros esbozos de Speak to me, On the run, Breathe y The mortality sequence -luego llamada The great gig in the sky-. Sin embargo, no fue hasta que Roger concibió unos meses después Us and them, Brain damage y Eclipse que el concepto general del álbum cobró vida en realidad. Con estas piezas, Waters, siendo el máximo autor intelectual de la banda, plasmaba en sus letras la pequeñez del tiempo, el señuelo del dinero, el significado de la vida, el miedo a morir y los problemas de la inestabilidad mental que desembocan en la locura; todo esto conspirando en una perfecta representación metafórica al título.

“The Dark Side of the Moon was an expression of political, philosophical, humanitarian empathy that was to get out”.

Waters.

De hecho, estando en plena producción, el álbum fue rebautizado como Eclipse, esto debido a que la banda Medicine Head justo había publicado su propio Dark Side of the Moon. Unos meses después, Pink Floyd decidió volver al nombre original tras ver que sus compatriotas no cosechaban ventas ni críticas destacables.

De vuelta al estudio, el grupo se acomodó en quizá el más famoso de ellos: Abbey Road.

Se armaron del mejor equipo técnico e instrumental posible, invitando a algunas de las figuras más prolíficas en cada uno de sus ramos, destacando a Alan Parsons -con un módico sueldo de 35 libras a la semana- como ingeniero de sonido, Dick Perry en el saxofón y las coristas Doris Troy, Lesley Duncan y Barry St. John.

Por otro lado, y como dictan los cánones, la icónica portada del álbum corrió a cargo del estudio Hipgnosis, liderado por el todopoderoso Storm Thorgerson. Este mismo, inspirado en un libro francés cincuentero de fotografías que tenía guardado, dio con la idea de partir desde el efecto arcoíris que sería refractado a través de un prisma y cuya fuente sean las temáticas desprendidas del vinil; así, nacería la que posiblemente sea la carátula más celebrada en la historia de la música.

En cuanto al material, todo comienza con Speak to me, un tema obertura que simboliza el despertar y la conciencia. De hecho, Roger había preparado una serie de preguntas que debían ser respondidas por integrantes del equipo técnico para que estas sirvieran como elementos axiales entre pistas. Algunas respuestas a cuáles eran sus colores o alimentos favoritos, si temían a la muerte, cuándo fue la última vez que golpearon a alguien, si tenían el derecho a hacerlo, si lo harían de nuevo y cuál es el significado del lado oscuro de la luna para ellos pueden ser escuchadas desde la canción inicial.

En Breathe, tras la concepción de la vida, la banda carga con el consejo de un viejo sabio advirtiendo sobre el triste porvenir que depara a todos. En una clara apología al mito de Sísifo, David canta con una textura madura, gentil, pero intensa y emocional, acerca de que, a pesar de todo, siempre habrá cosas importantes por las que vivir vale la pena, aunque sean a cuentagotas.

Una pieza inseparable de su sucesora.

On the run es un instrumental que refleja la inmediatez de una vida frenética -algo por lo que Pink Floyd pasaba entonces-. Un tema sobre la paranoia y la ansiedad a un tempo de 165 bpm que culmina con la entrada de unos pasos que emergen del caos para luego darle espacio al sofocante segundero de una decena de relojes.

Siendo la única pista del álbum acreditada a los cuatro miembros de la banda, Time es un logro en sí misma. Gracias a sus letras poéticas y filosóficas, una intro de casi dos minutos con un impecable uso de rototoms por parte de Mason, así como uno de los solos de guitarra más inspirados de Gilmour, se trata de una de las canciones más floydianas que el grupo compuso. Esta trata sobre la inexorable sensación de que la vida no comienza aún; que las temporadas pasan entre un montón de planes que parecen nunca encontrar espacio en el tiempo. Un auténtico himno.

The great gig in the sky fue concebida originalmente como una canción religiosa que fuera a desembocar en la locura, pero esta idea fue reestructurada para no herir al inmenso público protestante norteamericano. En su lugar, el tema pasaría a ser una pseudoinstrumental sobre el temor a la muerte; tal cual, Clare Torry fue la elegida para interpretar la pieza, a quien no se le dio indicación alguna salvo la de fluir con la pista a través de los audífonos. Luego de un par de grabaciones la banda dio con una verdadera corona artística a su carrera, una gema por la que le pagaron a la cantante 30 libras solo por haber grabado en domingo -naturalmente esta demandó a la banda unos años después-.

“I did not really understand what they were really expecting, that was when I thought ‘maybe I should just pretend I’m an instrument’.”

Torry.

Siendo quizá la canción en 7/4 más recordada por los músicos, Money es, sin duda, uno de los temas más populares de Pink Floyd. Trata sobre el cinismo de quienes poseen el dinero con D mayúscula; una denuncia que eventualmente sumiría a la banda en una paradoja, ya que, tras el aplastante éxito del sencillo a la velocidad de la luz, cada integrante se veía a sí mismo como una maquinaría más del capitalismo, experimentando todo aquello que Waters demandaba con la letra. Una imprescindible de los setenta con una excepcional colaboración de Perry en el saxofón.

A continuación, Us and them revela la compleja sensibilidad de Richard en el piano. Una pieza que tiene sus orígenes desde que la banda compuso la música para la cinta Zabriskie Point unos años atrás, y que fue rechazada entonces por ser demasiado triste para la película. Con esta base, Roger escribió pensando en todos aquellos elementos que hacen al ser humano ser precisamente humano; todo desde dos perspectivas: primero como soldados en una guerra cuyos hombres en ambos bandos son solo ciudadanos comunes que son usados como peones, y después como una sociedad que juzga al prójimo con base en las trivialidades más estúpidas que puedan pensar. Una canción realmente hermosa.

Any colour you like parte desde la improvisación de un diálogo entre una guitarra y un sintetizador, cosa que es ejecutada con maestría por Gilmour y Wright. El título ha sido interpretado de dos formas diferentes: la primera ataca el fordismo y el capitalismo orientado a la máquina como reemplazante del humano, y la segunda como una ilusión social del color de la vida en la que, a pesar de no haber aparentes opciones, siempre se puede elegir sin sesgo alguno.

Como toda buena obra cuyo final es revelador, The Dark Side of the Moon concluye con un par de piezas complementarias. Primero, Brain damage lleva consigo la más que tangible herencia de Syd Barrett -miembro fundador de Pink Floyd y sinónimo de genio lunático en el rock-. La canción es una especie de llamado a la simpatía por parte de Roger; quien, si bien no cuenta con la dulzura de David, es un cantante sumamente concentrado en los mensajes, y no tanto en la interpretación misma.

Finalmente, Eclipse es una recitación de ideas como respuesta a la premisa inicial del álbum. En un estilo meramente eclesiástico, Waters se convierte en un predicador que ataca la futilidad del ser, enuncia una visión tan severa y punzante como la vida misma, y expone la individualidad del vanidoso, cuyas acciones, sin importar cuan ¨buenas¨ hayan sido estas, serán siempre eclipsadas por la luna. Un final climático, gospel, perfecto.

‘’The ideas that Roger was exploring apply to every generation.”

Gilmour.

Las cifras que arroja el álbum son aplastantes: cerca de 900 semanas en la lista de éxitos y 45 millones de copias vendidas; convirtiéndose así en el tercero mejor comercializado en la historia, solo detrás del Thriller de Michael Jackson y Back in Black de AC/DC, sin mencionar la infinita cantidad de personas que inspiraron aquellas 10 pistas.

El fenomenal legado de The Dark Side of the Moon va más allá de los números y se entiende desde diferentes aristas: en primer lugar, el sensacional trabajo de Roger con las letras y temáticas han cobrado una dimensión universal con los años; también, y no menos importante, el trabajo hecho por David con su black strat nunca fue tan brillante, así como Alan Parsons siendo un auténtico mago de la consola fue más que importante. Sin embargo, el factor clave de aquel lejano 1973 fue la armonía que aún reinaba en el seno de la banda.

Antes de que Waters monopolizara el poder, mucho antes del final del camino, los cuatros miembros de Pink Floyd tiraban en la misma dirección; en perfecta simbiosis, renunciaron a las largas pistas de sus trabajos anteriores para crear una sola pieza inquebrantable de 43 minutos. Sin embargo, también es una obra que profetizó el porvenir de la banda: despertaron, corrieron tras el sol, pero al final no les alcanzó para evitar que cayera la cortina al ritmo del latir del corazón.

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