Baúl de Jack 1975: Monty Python and the Holy Grail

Por Kevin Alcaraz

Ocasionalmente, la historia reserva momentos específicos que favorecen la creación de algunas obras; sin embargo, en la mayoría de los casos, son los artistas quienes deben inaugurar el camino para otros. Sobre todo, cuando su producto da testimonio de la más imprudente de las comedias, demoliendo con toda la vulgaridad posible una gigantesca leyenda británica en una época en que se cuidaba tanto la pulcritud moral como la buena ejecución cinematográfica.

En 1974, año en que se daba por concluida la serie Flying Circus, los Monty Python estaban lejos de ponerle fin a su incomparable aventura por los circuitos cómicos de Inglaterra.

John Cleese, Eric Idle, Michael Palin, Graham Chapman, Terry Jones y Terry Gilliam ahora ambicionaban producir algo completamente diferente a And Now for Something Completely Different (1971), película que, a decir verdad, contaba con un corte similar a su icónico show de la BBC. Fue así que abandonaron momentáneamente la fórmula de hacer sketches, en apariencia inconexos, para escribir una historia original, lineal y de unos 90 minutos.

Dado su característico humor absurdo, con frecuencia estos se encontraban a sí mismos creando historias ambientadas en la Edad Media; un tiempo igual de caótico e irracional que la psique del grupo. Por lo que, rápidamente, se decantaron por adaptar el guión en los tiempos artúricos y darle el rol protagónico a Chapman, a pesar de que este estaba pasando por serios episodios de ataques de pánico y alcoholismo.

Deconstruyeron el camino del héroe trazado por Joseph Campbell, y le dieron la vuelta por completo hasta crear una sátira a las convenciones de cualquier narrativa que se haya visto antes.

Luego de ser rechazados por una infinidad de productores, los Monty por fin encontraron cierto respaldo financiero en las bandas Led Zeppelin, Pink Floyd y Jethro Tull. Estos se motivaron a invertir en la película de sus queridos amigos debido a los incentivos fiscales que Reino Unido ofrecía en los setentas. El dinero recaudado final apenas si alcanzó los US$400,000.

Una vez concluida la fase creativa y presupuestaria, había que determinar los roles. Los primeros en dar el paso al frente fueron Terry Gilliam y Terry Jones, quienes se ofrecieron a codirigir la película, además de hacer apariciones en múltiples papeles a lo largo del film, algo característico dentro del grupo. Así, los dos miembros menos populares y experimentados asumieron la mayor de las responsabilidades: capitanear al más célebre pelotón de inadaptados sociales.

En vista del poco dinero que disponían, los Monty Python tenían un mes para grabar todo el material, por lo que echaron mano de cualquier excéntrico recurso que podían.

Cuando ya no pudieron visitar los pocos castillos que conocían en Escocia y Gales para rodar, optaron por usar maquetas simulando ser las más majestuosas de las ciudadelas. Al darse cuenta de que no alcanzaría el presupuesto para usar caballos de verdad, adoptaron un par de cocos para simular el sonido de un poderoso ejército de equitadores que en realidad iban trotando. Posiblemente, de haber caído un meteorito en la zona de filmación la voluntad del grupo hubiera quedado intacta.

La película, ambientada en el año 932, comienza con un llamado celestial para que el rey Arturo encuentre el Santo Grial; por lo que emprende una campaña de reclutamiento que da como resultado un grupo tremendamente inverosímil de caballeros, entre los que se encuentran el sabio, el valiente, el puro, el no-tan-sabio, y el sir no-aparece-en-esta-película.

Este equipo de pusilánimes se enredará en toda clase de situaciones engorrosas. Se enfrentarán en su camino a un grupo de guardianes con pocos modales, cuyas armas para defender su castillo consisten en un aluvión de animales de corral. La brillante idea que tuvieron el rey Arturo y los suyos para derrotarlos a estos caballeros fue la de emular al caballo de Troya en forma de conejo; con el detalle de que nadie lo ocupó por dentro.

También se cruzarán, entre otros desafíos, con un grupo de damiselas con cualidades hipnóticas dignas de las sirenas, los poderosos e inexpugnables caballeros que dicen “ni”, el temible gazapo asesino de Caerbannog, y el incansable caballero negro cuya voluntad para el combate montó posiblemente la escena más graciosa de todos los tiempos.

La trama de la película se desplaza de un anticlímax a otro, deconstruyendo los clichés del cine. Hace añicos la romantización de la divinidad, los caballeros y las princesas. Incluso se mofa de las clásicas escenas con corte estilo Broadway en las películas. Para el rey Arturo y su camaradería, los bobos fragmentos musicales, lejos de inspirarlos a la aventura, los aletarga y los ahuyenta de la acción.

En una de sus subtramas, la cinta incorpora convencionalidades detectivescas con la aparición de la Scotland Yard (policía londinense), cuando un caballero es asesinado a manos de un desconocido. Este arco, aunque aislado, concluye con el arresto de todos los actores justo a las puertas de la batalla campal que el espectador estaba esperando. Rompieron todos los personajes, la historia, y cerraron este festival de lo absurdo tal y como felizmente pudo haber terminado cualquier capítulo del Flying Circus.

Finalmente, Monty Python and the Holy Grail terminó recaudando 12 veces lo invertido.

Y, aunque hablar de su impacto a estas alturas resulta un poco redundante, nunca está de más recordar que sí merece en absoluto todo el alboroto que se genera en su periferia; una parte estructural de la comedia subversiva de ayer y hoy. Cada que un comediante rompe la cuarta pared, o siempre que alguien se ría con Saturday Night Live o cualquier producto de la National Lampoon, este le debe algo a la película más hilarante de todos los tiempos.

Más aún, es altamente probable que aquel que se atreva a no otorgarle el puesto de honor a las desopilantes aventuras del rey Arturo y sus cobardes compañeros, termine concediéndolo a la siguiente cinta del grupo inglés: Life of Brian, lanzada un par de años después.

Lo que es innegable con Monty Python, es que han probado ser siempre capaces de aterrizar sus chistes, darle orden al caos y no dejar prisioneros con su humor. Al término de cualquiera de sus producciones, todo elemento en pantalla cede ante la ridiculización de sus punzantes críticas sociales; no sobrevive nada sin ser satirizado.

Sin embargo, en el caso de The Holy Grail, Cleese, Idle, Palin, Chapman, Jones y Gilliam optaron por desestimar su característica comedia engranada. Si bien, no caen en lo mezquino, nos recuerdan que el humor a veces no debe tomarse tan enserio; un mensaje más que digno de replicarse por otros cincuenta años.

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