Por Kevin Alcaraz
A lo largo de su historia, Islandia sirvió como semillero de referencias vikingas, narraciones épicas y célebres piezas modernistas. Sin embargo, la suprema embajadora de la isla en el mundo- y, posiblemente en la historia- es aquella dulce chica que, a mediados de los noventa, distó de sus pares gracias a su agudo sentido de la moda, las impagables colaboraciones que tuvo con los mejores directores y fotógrafos del mundo, y a su propuesta musical vanguardista y ecléctica.
Björk Guðmundsdóttir creció en la casa más propensa a servir de cuna para un artista de todo el país insular nórdico. Entre protestas ambientalistas (mamá), guitarras blues (padrastro), ideologías anarquistas familiares y una profunda idolatría por David Attenborough, Janis Joplin y Yoko Ono, la mesa estaba servida para el nacimiento de una brillante estrella apenas a sus once años de edad.
Cuando se filtró a la radio doméstica una grabación de la pequeña niña cantando I love to love, una disquera de nombre impronunciable le ofreció la oportunidad de que grabara un álbum en solitario. Poco después llegó Björk (1977), el cual consistió en un material de versiones que -pese a ser bien vendido dentro de la isla- para suerte de la cantante, no fue comercializado más allá de las fronteras locales.

Ya en la adolescencia, Björk mutó hacia la música alternativa; en especial el post-punk. Se involucró en un sinfín de bandas, a veces como baterista, otras como guitarrista o cantante, y otras como clarinetista o pianista. Todo cambió cuando -justo el día en que dio a luz a su primer hijo- fundó junto a su marido Þór Eldon, la banda insignia islandesa: The Sugarcubes.
El grupo fue toda una sensación dentro de Islandia, e incluso, en Inglaterra y Estados Unidos cobró un estatus de culto. Publicaron álbumes importantísimos como Life’s Too Good (1988) y Stick Around for Joy (1992), aparecieron en Saturday Night Live, y sirvieron de teloneros de U2 en su icónico Zoo TV Tour en el que tocaron frente a 700,000 personas; sin mencionar que el sencillo Birthday se alzó como un himno de una época que la misma cantante denomino como jazz-punk-hardcore-existencial.

“The Sugarcubes are the biggest rock band to emerge from Iceland.”
Rolling Stone.
La agrupación se separó en 1992 en medio de un mar de desinformación, pero la fascinante historia de Björk estaba por comenzar.
Tras mudarse a Londres, inmediatamente se puso a trabajar en su reestreno como solista; así Debut vio la luz el verano de 1993, llegando con una inverosímil amalgama de avant-garde con dance experimental. Los sencillos Human behaviour, Venus as a boy y Big time sensuality fueron clave para que el álbum superara con creces la inicial expectativa de colocar 20,000 copias en el mercado, ya que para el siguiente año las ventas alcanzaron los cinco millones de discos.
Sin embargo, la noche aún era joven para Björk. En 1995, Post abrió aún más la brecha que la separaba de contemporáneos como Portishead y Massive Attack. El atrevimiento techno-trip-hop de Army of me, Hyper-ballad y It’s oh so quiet -más las superlativas colaboraciones de Michel Gondry en temas de videoclips- se alineaba perfectamente con la representación folclórica cuasiduende de la cantante en la carátula de este y los siguientes álbumes.

“I love being a very personal singer-songwriter, but I also like being a scientist or explorer”
Bjork.
Para entonces era más que evidente su ascenso al estrellato internacional. Además, el hecho de que ella misma actuara como agente y representante, le ayudó a gozar de una libertad creativa sin precedentes en tiempos de mega producciones discográficas.
Todo el mundo la amaba… quizá demasiado.
En 1996, un joven norteamericano frustrado por la relación sentimental de la cantante con un hombre negro (Goldie), le envió una carta bomba cargada con ácido sulfúrico, para luego suicidarse -todo quedó grabado en video-.

Tras aquello, el tándem de álbumes Telegram y Homogenic -ambos publicados en 1997-, elevaron a una inspirada Björk al que posiblemente fue el punto más alto de su carrera. El primero se trató de un material remezclado derivado de Post, y el segundo, el trabajo más experimental, extrovertido y tribal de la cantante hasta entonces.
Los nuevos temas Hunter, Jóga y Bachelorette -el cual contó con otro video superlativo dirigido por Gondry-, más la fama cobrada en todo el mundo, llevó a Lars von Trier a pensar en la cantante como la pieza sobre la cual edificar la cinta Dancer in the Dark del año 2000. No solo le invitó a componer la banda sonora (Selmasongs), sino a protagonizar la misma.
Aunque la película recibió por unanimidad críticas positivas, Björk decidió no volver a actuar por ser un proceso emocional y sofocante, para dedicarse exclusivamente a la música; dejando así, una sensación de pérdida ante un gran potencial.

“Singing is like a celebration of oxygen.”
Bjork.
Al año siguiente llegó Vespertine, un trabajo lleno de texturas sintéticas, más ambiental con respecto a sus antecesores, pero igual de intenso y visceral. Además, los controvertidos -y sensacionales- videos musicales de Hidden place y Pagan poetry sublevaron a Björk al punto en que unos años después se le invitó a cantar durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
El tema Oceania, acabó siendo incluido en el siguiente álbum titulado Medúlla -posiblemente el proyecto más ambicioso de la cantante a la fecha-. Compuesto solo con piezas vocales y beats electrónicos básicos, sirvió como referencia musical minimalista, en la que la amplia gama de técnicas de canto y el uso de elementos medievales, dieron la bienvenida a la última etapa exitosa en términos comerciales de Björk, con todo y que para entonces ya no emprendía giras mundiales.
Con Volta (2007) y Biophilia (2011), llegaron propuestas atrevidas, idiosincrásicas, más instrumentos étnicos, lo-fi, y la vuelta a los grandes escenarios al final de la década; aunque, cada vez con más auras de culto que las correspondientes a una de las artistas con más ventas en la industria musical.

La moción no cambió mucho con los álbumes Vulnicura (2015), Utopia (2017); sin embargo, Fossora -publicado el mes pasado-, augura, si bien no un comeback, sí el retorno a la relevancia entre el público alternativo. Los temas Atopos y Ovule se han abierto espacio en la audiencia gracias a la amalgama orgánica y electrónica de sus secciones orquestales con gran prevalencia.
Por otro lado, su figura también ha resurgido en otras artes gracias a su participación en la exitosa cinta The Northman (2022), en la que compartió pantalla con su debutante hija Ísadóra Bjarkardóttir Barney. Encima, su obra, sus videoclips, vestuarios y utilería se han vuelto objetos invaluables que han sido expuestos en museos tan destacados como el MoMA neoyorkino.
Ahora bien, independientemente de su exilio comercial, sus más de 40 millones de discos vendidos colocan a Björk como la máxima exponente de la música alternativa en el mundo. Más aún, su imagen vivirá muchos años en el imaginario colectivo; ya sea por sus incesantes disputas con periodistas, aquellos vestidos de cisne o mapamundi de 10,000 pies cuadrados, las máscaras, su incansable fuerza creativa o simplemente como la perfecta representación musical entre la naturaleza y la tecnología.
“Nature is our Chapel”
Bjork.