Esta reseña se trata de uno de mis videojuegos favoritos. Se llama Exo One y se trata de que eres una esfera que avanza rodando y volando por planetas extraños.Y lo adoro.
En este juego solo puedes hacer tres cosas:
- Avanzar (rodando)
- Hacerte más pesado (si lo haces cuesta abajo esto te da más impulso)
- Convertirte en un disco plano (que puede planear con el “vuelo” que ya traiga del modo bola)
Genial, ¿no?

Exo One es un ejemplo claro de por qué creo que vale la pena estar escribiendo (semana a semana) reseñas de videojuegos. Permítanme explicar por qué:
Hoy, cuando el estándar de la industria AAA parece tratarse de sobrecargar a los juegos de mecánicas, Exo One brilla por cómo pule la simpleza para crear una experiencia compleja, que te lleva por escenas emocionantes, meditativas, tensas, incluso trágicas…
Todo en un juego que se trata de una esfera.
A lo largo de Exo One, visitas varios planetas extraños distintos. Hay un mundo de colinas, uno de pirámides, uno de nieve y hielo, uno de mar e islas… Nivel a nivel, tendrás que aprender a dominar la física de tu cuerpo de alguna nueva y sorprendente manera (trabajando con la física del momentum, la aceleración, la gravedad, etcétera). Parte de una base simple, pero jugarlo es todo un lujo de experimentar más y más variaciones sobre el mismo tema. Y todo eso contribuye a que, además, te cuente una gran historia.
Porque, así es, en efecto: el juego que se trata de ser una esfera que se convierte en un disco tiene un excelente relato que te cuenta a lo largo de sus niveles.

Resulta que la esfera mutable es en realidad un astronauta, fusionado hace mucho tiempo con su astronave y su tecnología avanzada, que recorre el universo intentando regresar al sitio en donde sus compañeros murieron en un desastre hace ¿años? ¿Siglos? ¿Un solo segundo en el pasado que se siente eterno porque su alma está fusionándose con la eternidad? Hay ambigüedad y apertura en ese sentido, pero, por alguna razón, una inteligencia alienígena le ha permitido al astronauta vivir más tiempo, convertido ahora en esa nave esférica, para emprender un largo viaje que, quizá, tan solo sea una forma de enseñarle que algunas cosas jamás se van a poder cambiar…
Esta historia (que, en sus mejores momentos, confieso que me hizo llorar) se cuenta a través de fragmentos de conversaciones pasadas, frases sueltas en transmisiones de radio, una misma foto que se va degradando… Exo One combina los mejores aspectos de la ambigüedad y la economía de estilo para contar un relato mínimo, sí, y también profundamente humano.
En uno de los planetas que recorre en su odisea, la esfera llega a una planicie de nieve. Al principio, tú jugador crees que, aunque vaya cada vez más lento a través de la nieve, de todos modos la va a poder cruzar. Pero con cada segundo que pasa la esfera avanza más lento. Hasta que se detiene. Te das cuenta de que ya no puede seguir.
Ahora rueda lentísimo, girando en grados mínimos, hasta que se vuelven imperceptibles. Su luz interna se cansa, se baja. Se apaga. Deja de responder a las instrucciones de tu control. Baja el sol. Se queda a oscuras. Frente a ti, esa esferita a la que le has agarrado tanto cariño se deja de mover del todo. Se extingue. Muere. Y lo vives en tiempo real. Tú como jugador orgánicamente vives la experiencia (orquestada en cada detalle preciso) de tener que aceptar la muerte y sentir cómo pierdes la esperanza. En ese nivel, sostengo que inevitablemente vives un luto.
Pero, también inevitablemente, la esfera encuentra una forma de salir adelante. Así como esa hay otras pruebas, pero, en cada percance, la esferita que eres persiste hasta superar circunstancias a primera vista imposibles, siempre guiada por voces y recuerdos que sugieren el boceto de una idea amorosa de la vida, la muerte y lo trascendental. Sin decir palabra, ni tener cara siquiera, el astronauta convertido en esfera de Exo One es uno de los protagonistas más elocuentes jamás plasmados en un videojuego.
Podría seguir y seguir sobre todo lo que Exo One ofrece. Sobre todo, estoy agradecido de que este juego exista y yo pudiera jugarlo.
Yo creo que los videojuegos nunca van a tener el mismo prestigio que el cine o la literatura. Es injusto, pero real. Quizá es porque se llaman “juegos” y casi todos los conocimos como productos de entretenimiento (maravillas tecnológicas vendidas como productos “simplones”) para niños.

Ni modo, algunas formas de arte siempre serán incomprendidas (como los cómics). Pero, para todos aquellos que seguimos jugando, hay algo inevitablemente heroico en pensar que alguien llamado Jay Weston tomó una idea tan simple y tan rara como “eres una bolita que avanza” y se dio vuelo con ella para crear una obra de arte tan accesible, tan ingeniosa y con tanto amor a la vida como Exo One.
Tal vez, pocos de nosotros la llegaremos a apreciar, pero que, yo opino, bien valió la pena que Jay Weston la desarrollara porque el hecho mismo de que esto exista quedará para siempre como una victoria de la creatividad, la persistencia y los talentos que, a veces, alcanzamos los especímenes de homo sapiens, esta colección de primates necios que, milenio tras milenio, se afana por inventarse nuevas formas de lo bello, a pesar de tantas cosas malas que nos pasan, o que nos hacemos o que nos siguen acompañando (y entre las que, pensándolo bien, que le falten el respeto a los videojuegos realmente no es tan malo).

Aun siendo imperfectos, torpes, frágiles, nos ponemos a crear. Somos animales inteligentes, condenados a morir, capaces de ser muy infelices pero, también, en cada generación parece que estamos decididos a, mientras tanto, demostrar que el sentido de la vida puede construirse en lograr algo bello hasta, por ejemplo, en un formato tan “trivial” o “poco serio” como los videojuegos (ya sea que los desarrollemos, que nada más los juguemos, o que nos gusten tanto que incluso nos pongamos a escribir reseñas). Algo así como la terquedad de una esfera de metal perdida que se aferra a llegar sola al otro lado de un desierto (o de una selva, o de un volcán) armada únicamente con su capacidad de moverse, hacerse pesada o planear, o algo así como los humanos que nos enfrentamos a esta vida tan envenenada con sufrimiento (un “valle de lágrimas” que a veces se parece tanto a rodar perdido en un planeta alien) usando nuestras imaginaciones para soportarlo y apoyándonos, en parte, con nuestro curioso gusto por echarle ganas al contar una historia.
Técnicamente, este juego es muy simple. Pero, para mí, el hecho de que logre tantas cosas con esta simpleza es, también, una pieza de evidencia invaluable para argumentar un caso a favor de la actividad creativa, la raza humana, el valor del arte y la vida en sí.

Una vida en la que coincidimos con la mente que pudo desarrollar Exo One vale la pena todo lo que tengamos que rodar, saltar, quedarnos atascados, volver a caer para luego salir disparados sobre montañas y planear entre nubes recorriendo este extraño planeta al que le dicen “Tierra”, con sus paisajes tan raros, sus primates tan necios, y sus juegos tan bellos.