Por Kevin Alcaraz
Generalmente, el progreso de las artes demanda la sangre de los pioneros, para que luego otros cosechen y expriman los conceptos de las generaciones pasadas. Las estrellas abundan, pero en algún punto mueren; más, los iconos -aunque pocos- guardan una ideología inmortal en su núcleo, que inspira e influye a galaxias remotas de su epicentro.
Nacida como Roberta Joan Anderson en Canadá, desde pequeña dejó ver su genio artístico en la guitarra, el piano y la pintura. A los 9 años de edad luchó contra el polio; lo que, a causa de la ansiedad, la acercó a desarrollar una dependencia al tabaco –misma que conserva al día de hoy-, y le debilitó su mano izquierda, obligándola a experimentar en diferentes afinaciones abiertas para lograr acordes convencionales.
Por aquel entonces, empezaba a pintar sus primeros cuadros y componía poesías musicalizadas, mismas que cantaba en fogatas familiares y sociales a orillas del Lago Waskesiu. La innovadora técnica que desplegaba, la profundidad retórica que presumía, y la dulzura de su voz –en parte, debido a la entonación que contrajo tras hacerse adicta al cigarro-, presagiaban los primeros pasos de una niña prodigio.

“At that period of my life, I had no personal defenses. I felt like a cellophane wrapper on a pack of cigarettes. I felt like I had absolutely no secrets from the world and I couldn’t pretend in my life to be strong.”
Mitchell.
Durante la adolescencia, Joni abandonó la escuela de arte –y de paso, a su natal Saskatchewan-, acusando al modelo educativo de enfocarse en únicamente desarrollar habilidades técnicas, en lugar de fomentar la creatividad y la inventiva. En cambio, optó por mudarse; primero, a Toronto; luego a Nueva York; y, por último, a California; siempre en busca de encontrar territorio fértil para su propuesta folclórica.
En el camino a la costa oeste, se embarazó teniendo cero certezas sobre su futuro, viéndose forzada a dar en adopción a su hija a los 21 años de edad –ambas luego se conocieron en 1997-. Luego, tuvo un fugaz matrimonio con un tal Chuck Mitchell, hasta, por fin, ser descubierta por David Crosby en un bar de Los Ángeles, quien pronto le consiguió un contrato con Reprise Records.

“[He] left me three months pregnant in an attic room with no money and winter coming on and only a fireplace for heat. The spindles of the banister were gap-toothed—fuel for last winter’s occupants.”
Mitchell.
Una vez en la jugada, Mitchell no tardó en cobrar relevancia como compositora cromática; en especial por su técnica de canto que combinaba diferentes tonalidades, en algo que hoy se llama torsión interna. Y es que, si bien, había publicado un par de álbumes como solista (Song to a Seagull, 1968, y Clouds, 1969), fueron versiones de otros artistas las que llegaron al imaginario de la generación Flower Power a finales de los sesenta. George Hamilton IV, Tom Rush, Fairport Convention, y, especialmente, Judy Collins con Both sides now, y Crosby, Still, Nash & Young con Woodstock, elevaron la figura de la autora intelectual de estos temas insignia.
Sin embargo, fue hasta la publicación de Ladies of the Canyon en 1970, que la audiencia realmente se interesó por aquella simpática chica canadiense. Big yellow taxi –con todo y su icónico ¨they paved paradise and put up a parking lot¨- se convirtió en un gran éxito crítico y comercial; pero, ni el más optimista fue capaz de predecir lo que vendría a continuación.
Blue (1971) llegó al mercado el 22 de junio de 1971, y, con él, himnos inmortales como All I want, Little green, Carey, Blue, California, River y A case of you. Un auténtico confesionario de complejos sentimentales y existenciales cobijado por holgadas capas melódicas y rítmicas al piano. Una obra maestra que, aún hoy, es considerado uno de los mejores álbumes de todos los tiempos –e, indiscutiblemente, el mejor jamás hecho por una mujer, en una industria dominada por los varones-.

“I was really, really into Joni Mitchell. I knew every word to Court and Spark; I worshiped her when I was in high school. Blue is amazing. I would have to say of all the women I’ve heard, she had the most profound effect on me from a lyrical point of view.”
Madonna.
El siguiente par de trabajos abrazaron algo más la oleada rockera de los setenta y le inyectaron tintes R&B y música clásica al sonido de Joni. For the Roses (1972) y Court and Spark (1974) marcaron su etapa más sobresaliente en cuanto a lo comercial; gracias a temas como You turn me on, I´m a radio, Free man in Paris y, especialmente, Help me. Quizá, esta fue la única temporada en la que se le consideró una verdadera estrella del entretenimiento.
Todo cambió con The Hissing of Summer Lawns de 1975. Para sorpresa de propios y extraños, la directriz propuesta del álbum era perpendicular a un jazz cuasi estructurado, que se prolongaría aún más con Hejira (1976), Don Juan´s Reckless Daughter (1977) y Mingus (1979). Las piezas se caracterizaron por incorporar percusiones afroantillanas geniales, melodías complejas, arreglos precisos y líricas satíricas –atacando en particular los roles de género en el seno familiar norteamericano-.
Por si fuera poco, durante este periodo, Mitchell sometió su voz a una metamorfosis, pasando de su clásico mezzo-soprano a contralto. Además, de paso, perfeccionó su ya innovadora técnica en la guitarra hasta convertirse en una prócer de las cuerdas. Tristemente, las ventas de discos eran inversamente proporcionales a la genialidad de estos; pues, los más puristas del jazz –y más aún los del rock- consideraron a las canciones como demasiado experimentativas e inaceptables.
Spoiler: con los años, estos álbumes se convirtieron en clásicos del género.

“Mitchell became the first woman in popular music to be recognized as an artist in the full sense of that term.”
David Shumway.
Durante los ochenta, se intentó volver al folk con Wild Things Run Fast (1982); pero, para entonces, las radiodifusoras estaban inundadas de new wave y synth pop. Luego, cuando se adoptó la caja de ritmo en Dog Eat Dog (1985), el movimiento post-punk entraba en su ocaso. La década pasó, y, en general, la generación acústica del Verano del Amor vivió, quizá, su peor época.
Más aún, los noventa también trataron con indulgencia a Joni. Si bien las reseñas del nuevo material eran muy positivas, los álbumes parecían flotar, rebotar y divergir en la industria discográfica. Incluso, tras la publicación del gigantesco compilatorio Both Sides Now (2000) -compuesto por versiones orquestadas de los temas más clásicos de su repertorio-, la cantante amenazó con abandonar la música, sintiéndose completamente rebasada por la cansina fórmula pop moderna.
Lo que siguió fue una serie de recopilatorios, algunas esporádicas presentaciones en vivo y reconocimientos a cantaros. Sin embargo, en el ombligo de la década, Hear Music –sello propiedad de Starbucks– la convenció de grabar material inédito por primera vez en casi diez años.
Shine (2007) cosechó críticas muy positivas; en especial, debido a su clara agencia anti intervención occidental en Oriente Medio. Por desgracia, el esfuerzo promocional de la disquera solo agravó la aversión de Mitchell hacia las grandes corporaciones.

¨My goal is to make modern American music. Americans like everything to be homogenized. Their music is homogenized, their beer is watered down, their bread is white cloth and Charlie’s Angels set the standard of beauty. I don’t want to be homogenized. ¨
Mitchell.
Desde entonces, no ha vuelto a publicar canciones nuevas. Lo que es peor, siendo que posee la totalidad de los derechos sobre su obra, desde principios del 2022 solicitó que todo su material fuera retirado de Spotify, en solidaridad a Neil Young, quien acusó a la plataforma sueca de desinformar a sus usuarios respecto a la crisis sanitaria del COVID-19.
Por otro lado, se sabe que en 2015, Mitchell sufrió una hemorragia cerebral, que, además de casi costarle la vida, la obligó a aprender a caminar de nuevo a los 72 años de edad. Las personas más allegadas aseguran que su recuperación ha sido poco menos que milagrosa, y que hoy en día pasa el grueso de su tiempo pintando en su casa en Columbia Británica.
Por cierto, de su trabajo visual se sabe poco. Aunque, es bien sabido que la gran mayoría de las carátulas de sus álbumes los diseño ella misma.
“I have always thought of myself as a painter derailed by circumstance… I sing my sorrow and I paint my joy.”
Mitchell.
Al margen de su pasión por otras expresiones artísticas, Joni Mitchell deberá ser recordada por cientos de años como una de las figuras musicales definitorias del siglo XX. Una luz que sirvió de faro para algunos de los músicos más respetados del ayer y hoy como Alanis Morissette, Annie Lennox, Björk, David Gilmour, George Michael, Prince y Taylor Swift. Un baluarte que enriqueció conceptos como la imaginativa y la disconformidad creativa.
Además, cabe recordar que su legado como guitarrista es realmente profundo. A través de su carrera, ha compuesto en no menos de 57 afinaciones distintas, explorando en cada una de ellas todas las texturas posibles. Todo aquel despliegue técnico le valió ser nombrada por la Rolling Stone la 72da mejor guitarrista de la historia –un puesto cuando menos debatible-.
Por si fuera poco, dicha revista también consideró en 2015 a Joni la novena mejor compositora de todos los tiempos, y en 2020 a Blue como el tercer mejor álbum en la historia. En pocas palabras, se trata de una leyenda con una influencia, aclamación y longevidad envidiable, y cuyo impacto es simplemente insuperable.
“When the dust settles, Joni Mitchell may stand as the most important and influential female recording artist of the late 20th century.”
AllMusic.