Por Kevin Alcaraz
No siempre la voz fue considerada como un verdadero instrumento musical; sin embargo, el mundo de la canción cambió irreversiblemente cuando entró en escena aquella cantante capaz de vaciar sentimientos de cualquier color, erizar la piel de cualquier oyente como un gigantesco imán y matizar el clímax de cualquier pieza en cuestión de un segundo. Por cierto, también se trata de la más incansable luchadora que hubo por los derechos raciales.
Nacida como Eunice Kathleen Waymon -y siendo la sexta de ocho hijos dentro de una precaria familia en Carolina del Norte-, desde pequeña encontró una profunda inspiración en Marian Anderson para dedicarse al dominio del piano desde antes de que sus pies siquiera alcanzaran los pedales.
Anecdóticamente, se dice que dio su primer recital a los doce años con sus padres viendo desde la primera fila. Cuando a estos se les pidió ceder sus asientos para que fueran ocupados exclusivamente por audiencia blanca, la pequeña Eunice se negó a seguir la interpretación hasta que su familia fuera devuelta al frente del público.
Aspirando a ser la primera pianista orquestal negra en América y auspiciada por su comunidad, se especializó en la obra de Bach esperando recibir la oportunidad de estudiar en el prestigioso Instituto de Música Curtis en Filadelfia. Aunque de su generación solo fueron aceptados 3 alumnos de entre 72 aplicantes, ella estaba convencida de ser la mejor y que se le negó la entrada por su color de piel.

Con la intención de recaudar dinero para apoyar a su familia económicamente y, en la medida de lo posible, buscar su siguiente oportunidad como concertista, se mudó a Atlantic City para presentarse en clubes nocturnos abrazando por primera vez el jazz, el blues y el naciente soul. Estos géneros eran mal vistos por su madre, quien decía que no solo eran seculares sino demoníacos; fue entonces que adoptó su icónico nombre artístico Nina Simone.
Cuando se le pidió no solo tocar el piano, sino cantar, el mundo encontró una de las voces definitorias y más impetuosas del siglo XX.
Además, su formación en la música clásica y su faraónico virtuosismo la separó de inmediato de cualquier acto remotamente similar como Billie Holiday, Ella Fitzgerald o Sarah Vaughan.
Luego de conocer a su futuro esposo, agente, abusador y sacadinero personal Andy Stroud, Nina lanzó el exitoso sencillo I love you, Porgy, el cual le hizo posible debutar con el álbum Little Girl Blue (1959); desprendiendo así otro sencillo clásico del jazz como My baby just cares for me. Una auténtica estrella nacía, pero aún debía madurar.

No fue hasta mediados de los sesenta que llegaron los primeros éxitos consagratorios como Mississippi goddam (Nina Simone in Concert, 1964) y Don’t let me be misunderstood (Broadway, Blues, Ballads, 1964), ambos con una fuerte influencia soul y un profundo sentido de protesta; dejando así atrás las temáticas triviales de los primeros trabajos.
Completamente inmersa en el activismo racial, Simone se sumó a las filas de movimientos como Black Nationalism y Black Power; además, se convenció de que protestar con la pluma o la música puede ser un acto noble, pero tremendamente ineficaz. Esto la llevó a politizar y, consecuentemente, polarizar su nuevo material.

” Talent is a burden not a joy. “.
Simone.
Curiosamente, gozaba de grandes audiencias gracias a temas como Feeling good (I Put a Spell on You, 1965), To love somebody (To Love Somebody, 1969) o Here comes the sun (Here Comes the Sun, 1971), al tiempo que cautivaba al más alfabetizado público con canciones como Sinnerman (Pastel Blues, 1965), I wish I knew how it would feel to be free (Silk & Soul, 1967), Ain’t got no, I got life (‘Nuff Said!, 1968) y To be young, gifted and black (Black Gold, 1970). Así, logró alzarse como la máxima representante de su género y acuñar su título como Suma Sacerdotisa del Soul.
Sin embargo, para 1970, asqueada del insostenible calor social, de su abusiva relación con su esposo, de la creciente segregación racial y sexual, de ser boicoteada por los medios conservadores y del reciente asesinato del Martin Luther King, Nina decidió dejar su anillo de matrimonio -literalmente- en Estados Unidos para tomar rumbo junto a su hija hacia Europa, en donde permaneció durante el grueso de la década.
En este periodo pasó de todo: Andy Stroud asumió pleno control comercial del material y de la figura de la cantante, malversando recursos y no declarando impuestos en nombre de ella; Simone sufrió un colapso mental que le llevó a refugiarse a Liberia por meses; mientras que su hija viéndose abandonada en Francia, y con serias tendencias suicidas, tuvo que volver a Nueva York con su padre.

“I felt more alive then than I feel now because I was needed, and I could sing something to help my people”
Simone.
En 1978, luego de regresar brevemente a Norteamérica para atender sus problemas fiscales y grabar el portentoso álbum Baltimore, Nina retornó a Europa para deambular por clubes nocturnos de Londres, Suiza y Holanda en completo anonimato. Según múltiples fuentes, fue precisamente a lo largo de los ochenta en que se le veía con mayor salud física y mental; incluso, se dice que sus presentaciones de entonces eran aún más inmersivas y acogedoras que en el pasado.
Diagnosticada con síndrome maníaco depresivo, los noventa fueron continuación del perfil bajo que había adoptado hacía una década atrás. Ocasionalmente se le veía en festivales y eventos especiales, publicó su autobiografía titulada I Put a Spell on You en 1991, y, salvo por un par de episodios en que amenazó con arma de fuego -primero a un ejecutivo de VPI por sentirse estafada en temas de regalías, y luego a un vecino y su hijo por “romperle la concentración”-, su vida se dirigió pacíficamente hacía el final de ella.
Finalmente, murió mientras dormía el 21 de abril de 2003 a causa del cáncer de mama. Sus cenizas fueron esparcidas por varios países de África.
Es imposible reaccionar con moderación ante Nina Simone. Revolucionó cualquier puesta en escena para siempre al incorporar monólogos, silencios; siendo cantante, pianista y orquestadora, todo por separado, pero simultáneamente. Nunca tuvo un alter ego, siempre fue ella; las problemáticas y emociones que cantaba eran genuinas. Dejó con sus canciones un tesoro atemporal, un legado de liberación perdurable y fascinante, y una auténtica espiritualidad musical de antología.
” I tell you what freedom is to me: no fear.”
Simone