Por Kevin Alcaraz
En los años noventa, el vasto océano mainstream era dominado, ya sea por la simplicidad del rock alternativo, o por el frenesí de la música electrónica. Sin embargo, un par de chicos ingleses con auras penumbras se propusieron expandir la paleta de colores entre ambos géneros; sumando una ingente cantidad de matices lo-fi, una inconfundible voz nasal, letras completamente visibles y una desafiante puesta en escena.
Cuando se conocieron Brian Molko (voz) y Stefan Olsdal (bajo) en la universidad a inicios de la década, nunca sospecharon lo afines que se descubrirían unos años después.
Ambos estudiaron teatro –aún a expensas de los padres del cantante, quienes querían que su hijo fuera banquero tal y como sus ancestros-, pero ardían por tener una banda donde pudieran vaciar sus gustos por Depeche Mode y Sonic Youth.
Fue entonces que en 1994 formaron un proyecto llamado Ashtray Heart.
Con el fin de tener un nombre más ¨coreable¨, decidieron recular y sumarse a la moda de adoptar por título a alguna droga (Dexy´s Midnight Runners, Green Day, The Magic Mushrooms, Motörhead, etc.); dando así con Placebo.

¨We’d sort of gone against the grain by naming the band after a drug that doesn’t work!¨
Molko.
Ya con Robert Schultzberg en la batería, tanto Brian como Stefan formularon al poco tiempo la dinámica creativa del grupo: primero debían concebir la carátula del álbum, luego los títulos de las canciones y por último la música; algo diametralmente opuesto a orden canónico… como buenos británicos que son.
La idea era crear conceptos y universos alternos donde las leyes físicas y sociales tuvieran la textura de un pedazo de plastilina, y siempre con un intenso sabor a New Order, Siouxsie and The Banshees y Talking Heads. Además, a cada integrante le debía resultar imprescindible que dentro de la música alternativa se proponga de nuevo temáticas tabúes como la fluidez de género y la perversión; tal y como había sucedido 30 años antes con personajes como David Bowie y Patti Smith, y que poco a poco se estaban perdiendo en el mercado.
En pleno apogeo del britpop, Placebo publicó su álbum debut homónimo presentando un inverosímil cóctel de post-punk, rock industrial gótico y algún toque progresivo. Los temas I know, Teenage angst y, en especial, Nancy boy expusieron líricas inmersivas y videoclips en los que se veía una imagen sumamente andrógina de los integrantes; aspectos que terminaron por separarlos en definitiva de sus actos compatriotas.

¨We were reacting very strongly against the machismo, terrace chants and revisionism of Britpop, and the nationalism that we interpreted as xenophobia of the musical kind. We were trying to make a strong political statement about the fluidity of sexuality with the dresses and make-up that we wore.¨
Molko.
Naturalmente, tantos valores antitradicionales del cristianismo no pasaron desapercibidos en el ancho público conservador inglés. La banda fue objeto de ataques por parte de diversas facciones ortodoxas; sin embargo, y afortunadamente, también Placebo llegó a los oídos del mismísimo David Bowie quien asumió una especie de rol como padrino del grupo.
A continuación, -y ahora con Steve Hewitt en la batería- llegó el icónico Without You I´m Nothing en 1998, y con él los sencillos Pure morning y Every you every me, los cuales impulsaron a la banda a aparecer en el soundtrack de Cruel Intentions al año siguiente. Además, sus videos invadieron la televisión, sus rostros los programas nocturnos, y su música las estaciones de radio en Europa.

Ahora bien, lo mejor estaba por venir con los álbumes Black Market Music (2000) y Sleeping With Ghosts (2003). Los temas Special K, Slave to the wage, This picture, The bitter end y Special needs daban fe de que Placebo cada vez cobraba tintes más enérgicos, lunáticos e introspectivos. Las letras, si bien más reflexivas y enigmáticas que apasionadas, exponían con todas luces el uso de drogas recreativas, el orgullo LGBT y los gajes de vivir con trastorno depresivo mayor. También, la influencia de la música electrónica poco a poco era más evidente –sin renunciar en lo absoluto a su característico sonido-; lo que solo les ayudó a ganar más adeptos por todo el orbe.
Tristemente, la banda cerraba su época dorada con la publicación de Meds en 2006. Este, revisitaba las fórmulas e inspiraciones de los primeros años y contenía otra serie de éxitos como el tema homónimo, Infra-red y Song to say goodbye. De igual modo, marcó el fin del camino de Hewitt con la banda y la entrada a escena de Steve Forrest como relevo, así como la reciente paternidad de Molko y, consecuentemente, su distanciamiento con las drogas; por lo que la dinámica grupal cambió por completo a partir de este punto.

“We couldn’t go on with Hewitt. We didn’t have the same goals, nor the same vision anymore. Brian and I are one, but at some point, we even didn’t talk to each other anymore. We realized Placebo was dying. To be able to go on, things had to change.”
Olsdal.
El siguiente par de álbumes (Battle of the Sun, 2009, y Loud Like Love, 2013) confirmaron el declive comercial de la banda, a pesar de que estos contenían grandes sencillos como For what it´s worth, Too many friends y A millions little pieces.
No ayudó el hecho de que Molko paso algunos episodios delicados de salud, al tiempo en que Olsdal se redescubría como músico y compositor, sin mencionar ciertas tensiones de ambos con el nuevo baterista, quien terminaría por marcharse en 2016; dejando así a la banda en formato de dúo.

Ya entrada la pandemia, Brian y Stefan aprovecharon para trabajar en su octavo material discográfico -y primero en casi una década-: Never Let Me Go (2022). El sencillo Beautiful James, y en general el álbum ha recibido buenas críticas justo a las puertas de una nueva ola melancólica por las bandas dosmileras y todo cuanto recuerde aquellos tiempos de falso bienestar social a inicios del siglo.
Pues bien, quizá ahora no suene disparatado asegurar que Placebo es una banda de culto moderna. Desde su génesis ha cargado con una especie de brisa arcana y depravada; un estado alterado de consciencia, obscenidad, enamoramiento desmedido, vestidos, maquillaje y un sentido queer que parece mofarse en cada estrofa del público binario. Molko y Olsdal han relatado por veinticinco años las delicias de ser diferente y, por supuesto, los peligros que esto conlleva.
“I want to live in a world where our music raises no eyebrows,”
Molko.