Por Iracheta
En el capítulo 4.The Outside de la antología fantástica de “El gabinete de las curiosidades de Guillermo del Toro” estrenado el 26 de Octubre en Netflix, plantea una interesante conexión entre el terror, la ficción y la sociedad actual.
En “The Outside” (Dirigido por Ana Lily Amirpour) podemos rastrear la simbiosis contemporánea entre el cuerpo consumidor y el objeto de consumo.
La recomendación es por supuesto, que vean el capítulo y que, en el inter, podamos preguntarnos: ¿Cuál es la promesa que sostiene a ese producto de belleza? ¿Cuál es el plus de esa pasta grisácea?

El capítulo nos muestra a través de muchos detalles el enganche libidinal con un objeto que ofrece la posibilidad cambiar trasformar la identidad. El comercial que, desde el principio, parece apelar a una necesidad muy personal vemos surgir de la pantalla en mensaje de que la crema (AloGlo) “Es el único producto que transforma tu cuerpo, tu mente y tu alma”
Los efectos secundarios son: “cambios de humor, rigidez, alucinaciones, miedo a la intimidad, un vacío interior, falta de ambición, falta de individualidad, falta de ideas y opiniones independientes, puede sufrir falta de interés en actividades que antes te producían placer, pero ¡vale la pena!”
En este caso un cambio en la piel representa una trasformación total del sujeto. En el fondo, estamos ante una escenificación muy plástica de cierto tipo de subjetivación, ad hoc, a nuestros tiempos.
La crema promete una especie de metanoia que haría surgir desde nosotros mismos ese cuerpo ideal. Hay un cierto elemento (contra)teológico inevitable en ese capítulo. Pues, la promesa es la de una transformación inmanente del “cuerpo glorioso” que surge del cuerpo “normal” y simple.
Es “otro nacimiento” el que está en juego. ¿No esa promesa, de lo nuevo, del cambio radical, de los nuevos comienzos, de la renovación permanente hoy, particularmente presente en todos los ámbitos de la vida?

Por su puesto, la típica demanda social y el personaje que se nos hace desempeñar en el teatro de lo social también están presentes. Pero lo interesante es la creciente transformación-mortificación y el grado de intimidad al que llega la protagonista tanto con el mensaje, como con el objeto de consumo.
Ahora bien, para obtener ese cuerpo ideal o para si quiera desearlo, hay que despreciarse primero. Hoy por hoy, solo la normalización y la diseminación del trastorno dismórfico corporal puede empujar a esa manía consumista y a la búsqueda frenética de la cirugía plástica, como forma de “realización” de esa dismorfia.
Resulta muy claro como crece la relación con el objeto. El producto llega a Stacey (Emily Caroll) indirectamente. Poco a poco se va metiendo en su piel y se va fortaleciendo la relación especular con el mismo. La voz y la imagen de la televisión se vuelve personalizada, íntima, motivadora. El llamado que emana de la pantalla es el de convertirse un mártir de la belleza.
La crema adopta en algún momento una forma humanoide, y ésta termina por seducir a la mujer.


El último paso de esa relación lo podemos ver cuando el humanoide se vierte sobre la bañera. La mujer entra en ella, siendo consumida por completo en ese peculiar bautismo. Cuando sale, la trasformación está consumada.
Para no dar más detalles diré que el paralelismo entre la taxidermia y el acto de violencia, ya casi al final, también es sugerente; el cuerpo hueco, aparentemente vivo frente a la televisión parecen dar en el centro de esa relación hiperpasiva entre el sujeto y el vacío de la pantalla.
Al final creo que bien podemos enlazar ese capítulo, por un lado, con la idea de lo que Žižek considera como “la tolerancia liberal de la seducción”, es decir, la libertad de ser seducido y manipulado por los otros.
Por otro lado, en consonancia con ulterior, diremos –junto con Jean Baudrillard– que la publicidad siempre apuntará “al individuo en su sueño personal.” Esto queda claro cuando la interacción de la protagonista con el infomercial se vuelve de tú a tú, una relación cuasi ética. De esta forma se trata de algo más que de alienación:
“…en la publicidad no somos alienados, burlados, por temas, palabras, imágenes, sino que somos conquistados por la solicitud persistente en hablarnos, en hacernos ver, en ocuparse de nosotros…El objeto lo tiene a uno presente, lo quiere. Y porque lo quieren, uno siente que existe: queda uno personalizado.”
Baudrillard, J. El sistema de los objetos, p. 197.