(Re)corte filosófico: Amadeus y la lógica de la envidia.

Por Iracheta

La dinámica intersubjetiva escenificada en Amadeus (originalmente una obra teatral escrita por Peter Shaffer en 1979estrenada como película en  1984 dirigida por Miloš Forman) es ejemplar en lo que toca a la lógica de la envidia y la ambivalencia del amor, la admiración y el odio. El juego del deseo que circula en la pantalla ilustra el erotismo en el que “el individuo humano se fija a una imagen que lo aliena a sí mismo, tal es la energía y las es la forma en donde toma su origen esa organización pasional a la que llamará su yo” (Lacan, Escritos 1, 118) Se trata pues, del papel fundamental que juega el otro en nuestra constitución como sujetos, y con ello de la envida y la agresividad primaria que anida en cada uno de nosotros.

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Si vemos la película en clave del tema de la envidia podremos preguntarnos ¿En qué consiste la fantasía del envidioso? ¿Qué hace el envidioso con la carencia? ¿Qué tipo de “salida” o “aplicación contemporánea” nos permite Amadeus?

Si, mientras vemos la película, pudiéramos dibujar alguna figura, según la trayectoria deseante y esa particular modo de ligadura pulsional  de los protagonistas  (Antonio Salieri, interpretado por F. Murray Abraham y Mozart interpretado por Tom Hulce), podríamos dibujar un triángulo (léase a René Girard, Geometrías del deseo). En la punta superior –haciendo un ejercicio de abstracción- colocaríamos un “objeto” muy particular: el talento musical del Mozart, su genio, la gracia y el valor de lo bello.

En otras dos puntas colocaríamos al “Mozart prosaico” de la película y a Salieri como sujeto de la envidia.

 Una vez que Salieri se encuentra con Mozart, se ve habitado por su música, por su genio, pero esa identificación amorosa-admirativa eventualmente convertirá a Mozart en “lo otro” que le falta en el “lugar que él debería ocupar”.

El envidioso está así atado al otro, lo vigila obsesivamente, lo persigue. María Zambrano nos dice que:

El poseso de la envidia no puede renunciar a eso otro. Sin duda que, en lo más íntimo su vida, algo sucede que le mantiene ligado a eso otro…” .

El hombre y lo divino, 283

Así para la filósofa española y ad hoc a la película que aquí comento:

La envidia convierte en sombra de una vida ajena a la propia vida” .

El hombre y lo divino,289

Será ese lugar, esa auto-degradación la que atice el fuego de la envidia.

Quisiera destacar que no hay que perder de vista que se trata de una confesión y que, por lo tanto, estamos dentro de la versión subjetiva de Salieri. De igual manera no hay que olvidar que la película inicia con el intento de suicidio de Salieri, conato por salir de lo que María Zambrano llama “el infierno terrestre” o “una destrucción que se alimenta de sí misma” como primera y original definición de la envidia.

Cuando el objeto envidiado existía se le hacía culpable y se le odiaba, pero una vez que este es exterminado (Mozart y Dios mismo) no queda sino el vuelco de ese odio sobre sí mismo¿A quién podría culparse a hora en medio de ese microinfierno?

Hay un elemento muy importante en toda la trama. Salieri se sabe en una trampa malvada, pues Dios le habría colocado en una condición insalvable. En el delirio de la envidia el talento musical representa una especie de favoritismo divino respecto a Wolfgang Amadeus Mozart (El significado de Amadeus es amor de Dios o ama a Dios). El peso de esa letra, de ese Nombre y el significado que Salieri le adosa es aquí la matriz de la locura y de la agresividad dirigida.

Como escuchamos en sus confesiones, ese favoritismo la razón de su renuncia a Dios y el leitmotiv del odio-admiración que siente por Mozart. Pero esto aplica también a nuestras historias individuales, a nuestra propia juntura con el mundo, pues siempre nos movilizamos en eso que nosotros adosamos a los Nombres, a los acontecimientos, al desorden, a lo imprevisto, a la diferencia.

Reconoce en la música de Mozart la voz de Dios” cuando confiesa que:

Surgía en entramado de aquellos meticulosos trazos, la más absoluta belleza”.

Salieri

La música de Mozart le parece milagrosa, pero será precisamente esa excepcionalidad la que le precipita en el infierno particular de la envidia y la confrontación. Refiriéndose a Dios al cual él se había consagrado completamente dice:

A partir de ahora somos enemigos, tú y yo porque has elegido como instrumento a un muchacho infantil, lujurioso, obsceno y jactanciosos y a mí me brindas solo la capacidad de reconocer en él tu encarnación…porque eres injusto, desleal, cruel, me enfrentare a ti, te lo juro. En la tierra hare a esa creatura tuya todo el daño que me sea posible. Destruiré a tu encarnación”.

Salieri

La diferencia radical parece convocar siempre a la violencia o el hambre de exterminio. Aquí se trata de una persecución explícita, de una enemistad declarada. En la mente de Salieri esa “voz de Dios” se trasforma al mismo tiempo en una burla de ese Dios mal intencionado, burla que resuena en toda la película a través de la estridente risa de Mozart.

Dar la muerte al objeto amado-odiado en la envidia es infructuoso.

Es cierto que –como dice Espinoza en su Ética (Proposición XXIV)- el que odia y el que envidia está afectado de gozo y de alegría cuando el otro padece un mal, pero la muerte de Mozart no le asegura a Salieri más mínimo la “transferencia”- adquisición del talento.

De hecho, vemos que tiene un efecto contrario, no solo no sustrae nada de Mozart, sino que abre la posibilidad de que la risa retorne como un resto espectral.  En Amadeus la chocante risa de Mozart como objeto parcial auditivo es muy importante, no solo la escuchamos a lo largo de la película, sino que, de hecho, resuena en la escena final, llenando el pasillo del psiquiátrico en donde Salieri se autoproclama “santo patrono de los mediocres.”

Vemos como el infierno particular de Salieri consiste en perpetuarse bajo la sombra y la risa de Mozart. Para el envidioso no habrá algo peor que la risa, la alegría, la felicidad y el goce del otro.

Para finalizar me gustaría trazar “dos salidas contemporáneas”. Por un lado, señalando el hecho de que:

La envidia nace en el anhelo de ser individuo, de ser único, ante la promesa de ser realmente un individuo…”.

El hombre y lo divino, 290.

¿No es este anhelo de individualidad y la promesa de “autenticidad” lo que caracteriza a la sociedad de consumo, al objeto de consumo (las ediciones limitadas), a la sociedad del “selfie” y de la competencia o potlatch permanente? ¿No somos todos interpelados en calidad de sujetos de envidia? ¿No tiene hoy el odio, la envida efectos paranoides en los diversos tipos de persecución y exclusión social?

 En consonancia con la última pregunta, la “otra salida” corresponde a un pequeño salto fuera de la película que nos permite replantearnos cierta dinámica en nuestra realidad social, aquella que tiene que ver con la destrucción de capacidades de gozar del otro, sobre todo en el núcleo movilizador de neo racismo o la xenofobia:

Entonces, ¿Qué es la envidia? (…) El sujeto no envidia del otro la posesión del objeto preciado como tal, sino más bien el modo en que el otro es capaz de gozar de este objeto, por lo que para él no basta con robar y recuperar la posesión del objeto. Su objetivo verdadero es destruir la capacidad/habilidad del otro para gozar del objeto…”.

Salvoj Žižek, Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, 112

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