Por Iracheta
Concentrémonos en un momento de la ficción y la distopía que nos plantea Yo robot (I, Robot producida en 2004, dirigida por Alex Proyas) y tratemos de hacer una lectura existencial de dicho fragmento.
El filósofo español Miguel García-Baró ha dicho que siempre hay un momento en el que nacemos a la existencia.
No se trata, en efecto, de un retorno al vientre materno para volver a nacer, sino de un momento en el que:
“…la imitación de la vida cae en la realidad seria y dura de la vida misma, y en que el deleite del juego se vuelve gozo y dolor. Se trata del instante inicial del tiempo, del descubrimiento del hecho de existir. . . solo a partir de este choque, de violencia perfecta los días y las noches pasan irreversiblemente.”
Kierkegaard vivo, 114
¿A caso Yo robot no nos plantea, aunque ciertamente de un modo atemperado, este surgimiento de la conciencia humana, o –dicho en clave existencial- el nacimiento a la individualidad, a la existencia “propia” y al sueño como enmascarada de lo humano?

Una situación límite que nos confronta y nos instala en la propia existencia puede surgir en una situación ordinaria y silenciosa, ahí, a partir de esa situación nacemos a la existencia. Para Heidegger, por ejemplo y dicho en términos simples, será una “disposición afectiva” la que nos coloca frente a nuestro estado de arrojo en la existencia, esto es, en la obligatoriedad de ser aquí y ahora sin tener total certeza de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos.
Sonny (voz de Alan Tudyk) dotado de una aleación más densa y de un segundo cerebro positrónico, no solo representa el mismo una fisura que, si así lo quiere, puede desobedecer las tres leyes de la robótica, sino que durante la película podemos observar como poco a poco se va mostrando como una verdadera excepción, como un robot que –en una primera apreciación- va adquiriendo “conciencia.”
A mi juicio la película tiene un momento muy ilustrativo a propósito de ese “surgimiento a la existencia”, se trata del momento en que la doctora (Susan Calvin interpretada por Bridget Moynahan) está a punto de inyectar los nano bots a Sonny para “decomisarlo” / “reiniciarlo”. Sonny entiende perfectamente que eso es sinónimo de “ejecución” y con ello, deja ver que no se trata de una conciencia a secas sino de una conciencia de su propia finitud. Lo vemos decir: “creo que sería mejor no morir” ¿Qué es ese tipo de existencia que, no solo distingue la posibilidad radical de la muerte, sino que quiere el “no morir”? ¿Qué es ese tipo de existencia que no se conforma ya sujetarse a una orden, sino que ahora “añade” un valor a la vida?

Es muy interesante ver que la “humanización” del robot viene dada no solo por la capacidad de pensar, o por el primado que puede adquirir ahí la racionalidad, sino por el valor que añade a la existencia, y por ello, a la elección o a lo que en la jerga existencialista se refiere a la condición de “proyecto”. Ya no se trata pues, de un “cosa-robot” agotada en sí misma, sino que desde ahora ha de asumirse como un proyecto, como la emergencia de una existencia particular y como ser que es capaz de imaginar otras posibilidades.
Aquí hay que considerar a la imaginación, a la capacidad de soñar como una posibilidad de emancipación.
En la misma escena, pero en unos segundos antes de ese “momento existencial”, se nos muestra a un Sonny dormido. Sí, dormido. La doctora se le aproxima y Sonny despierta alarmado, sorprendentemente le señala a la doctora que no respondía porque estaba soñando.
Aun y cuando aplicando el principio de la sospecha queda la posibilidad de pensar que incluso esa capacidad imaginativa, y la “soledad” que se dibuja en sus sueños bien pudiera estar programada, diré aquí que la propia textura de la película sobre el hecho de que un robot sea capaz de soñar, no solo confirma la enigmática frase del Dr. Lanning, a propósito de que “Un día (los NS-5) tendrán secretos” y que “un día tendrán sueños”, sino que apunta a la posibilidad de que exista ahí una mediación simbólica con el mundo, esto es, una aprensión indirecta de la realidad y, por ello, a la opacidad, al decir-imposible y a la posibilidad de toda una gramática del deseo que ha de anunciarse en nuestros sueños.
¿No es el deseo –sobre todo en el psicoanálisis- algo propio del ser parlante, del sujeto del inconsciente?

Experimentando un poco con la lógica de la película ¿Es posible decir que esa “capacidad de soñar”, el surgimiento de “lo secreto” en un sujeto (o en una colectividad) resultan ser la clave para que se produzca un momento de emancipación (en este caso, Sonny saliendo de una condición enteramente servil)?
Para concluir con la nota apreciemos tres carriles distintos en lo que respecta al proceso de subjetivación tanto en Yo robot, RoboCop (1987) y The Terminator (1984). De acuerdo con las notas de Žižek en Mirando al sesgo. Una introducción a Lacan a través de la cultura popular, el horror del cyborg interpretado por Arnold Schwarzenegger en Terminator consiste en que:
“funciona como un autómata programado; incluso cuando no queda de él más que un esqueleto metálico sin piernas, persiste en su demanda y persigue a su víctima sin el menor signo de transacción o duda. El terminator es la encarnación de la pulsión de muerte carente de deseo…”.
Mirando al sesgo, 46
El caso de la película de culto RoboCop introduce –según Žižek– una nota trágica: el héroe es colocado entre dos muertes, ha muerto clínicamente y ha sido colocado en un cuerpo mecánico, cuando el protagonista Peter Weller:
“comienza a recordar fragmentos de su vida humana anterior y atraviesa por un proceso de resubjetivización, que lo transforma gradualmente, de pura pulsión encarnada, en un ser de deseo”.
Mirando al sesgo, 47.
¿Qué es lo que sucede con Sonny?

Permitámonos un cierre un tanto lúdico. En Yo robot lo que impresiona y lo que se esconde en el miedo a los robots humanoides –palpándolo sobre todo en algunas películas de ciencia ficción- es precisamente esa subjetivación, esto es, no solo que sean la pulsión de muerte mecanizada que finalmente se vuelque contra lo humano, sino que de hecho lleguen a emerger en todo su deseo, que surjan desde otro lugar y lleguen a cuestionar “su lugar”, miedo que es propio de la vigilia del Amo frente al esclavo.
A diferencia de RoboCop humano que de pronto se ve devorado por el cuerpo robótico y que vuelve a surgir en su deseo, a Sonny lo encontramos surgiendo enteramente de su realidad robótica, sin historia previa, sin castración, cuestión que nos orilla a imaginar una situación límite más chocante. En cambio, lo encontramos soñando, prefiriendo la vida, entrando incluso –en algún momento- en la complicidad de ciertas codificaciones humorísticas propias de lo humano.
Cabe aquí preguntar –retornando e introduciendo un elemento humorístico-existencial y un tanto “hamletiano”- si ganar esa condición no le asegura también ciertas situaciones propias de la falibilidad humana que, naturalmente, la película no tiene intención de mostrarnos.

¿Instalado cada vez más en una subjetividad humana, es posible imaginar a un Sonny en terapia psicológica, con problemas amorosos, dudando como es propio del neurótico, interrogándose por el sentido y, nuevamente, por el enigma de la muerte? ¿Podemos imaginarlo no solo en ese momento de optimismo en el que, como individuo, se le abren las “posibilidades” sino también en la experiencia del límite que se le adosa a toda posibilidad?
En consonancia con la valoración del mismo Sonny, será posible verlo instalado en parte de la dramática existencial que nos plantea Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida:
“¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y adónde va lo que me rodea, y qué significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente…” (38)