Ricardo Klement, Otto Henninger o Adolf Eichmann, muchos nombres una sola persona. A 60 años de la captura, juicio y ejecución, del jerarca Nazi.

Por Erica Zur Werra

Siempre cuando se habla de monstruos, nos viene a la mente gente que cometió actos atroces y sangrientos, como Ted Bundy, el asesino del Zodiaco, el actual y polémico Dahmer y el siempre mencionado Charles Manson. ¿Pero que paso con aquellos que no fueron tan floridos en su accionar, que trabajaban de manera mas “intelectual”?

Tomando el último de los personajes mencionados, tiene un punto en común con el protagonista de esta nota, Adolf Eichmann.

Ninguno de los dos utilizó sus propias manos para cometer los delitos y ambos tenían un discurso parecido a la hora de referirse a los hechos:

Yo no mate a nadie, ellos lo hicieron por decisión propia”, decía Manson refiriéndose a sus súbditos. Por el otro lado, Eichmann repetía “sólo seguía órdenes”, quitándose responsabilidad como líder de la “solución final”.

Elegido como encargado y responsable de “la cuestión judía”, se convirtió en un experto y en 1938 tras la anexión de Austria, expropio los bienes de 150 mil judíos, ascendiendo a teniente coronel.

Durante el holocausto, Adolf Eichmann coordinó las deportaciones por tren de judíos europeos hacia los campos de exterminio de Auschwitz, Treblinka, etc.

Esto produjo, en un año, el asesinato de 2 millones y medio de personas.

A pesar de haber sido capturado, terminada la guerra, por soldados norteamericanos junto con otros miembros de la SS, no alcanzaron ni los numerosos interrogatorios, ni el reconocimiento de sus propios compañeros para descubrir su identidad.

Cuando se iniciaron los juicios en Núremberg, juicios que los Nazis nunca pensaron que iban a realizarse realmente, logró escapar al sur de Hamburgo y trabajó como leñador aproximadamente 4 años.

Dejó de escribirle a toda su familia y conocidos, para que lo dieran por muerto.

En 1950 llega a la Argentina, con ayuda de la cruz roja y de la Iglesia Católica, quienes le consiguieron pasaporte. Pasando primero por Austria e Italia, donde consigue su nueva identidad: Richard Klement.

Vivió en varias localidades argentinas antes de instalarse en San Fernando, junto a su esposa e hijos. Y como buen psicópata, se mimetizó en la sociedad, trabajando en una fábrica de calefones primero y en Mercedes Benz luego.

En la década del ’50 sin redes sociales, ni medios masivos de alcance mundial, era mucho más fácil camuflarse.

Hasta que fue descubierto por Lothar Hermann, un judío alemán vecino de Eichmann y cuyos hijos se habían hecho amigos.

Este dato fue recibido por el Mossad (inteligencia secreta israelí) y se comenzaron los preparativos para su captura, ya que en casos anteriores la vía legal solicitando extradiciones de prófugos nazis, habían sido intentos fallidos.

La diferencia entre su juicio y los realizados anteriormente, fue que desde 1948 Israel había sido constituido como estado, siendo la primera vez que un criminal nazi iba a ser juzgado en territorio de Israel. No habría jueces de otras naciones, solo magistrados del estado judío.

Todo este operativo, el “Operativo Garibaldi”, que debe su nombre por la calle en la que vivía Eichmann, fue muy representado en una gran película protagonizada por Ben Kingsley y Oscar Isacc, llamada “Operación Final”.

Pero si quieren alternativas tienen también Hannah Arendt, quien cubrió el juicio y tiene una polémica reflexión al respecto y también, una de mis favoritas “El Experimento” con Peter Sargaard, quien investiga hasta donde llega el límite de la obediencia, debido a las declaraciones de Eichmann en el juicio y su célebre “cumplía órdenes”.

Desde una cabina de cristal blindado, el tribunal lo condenó a muerte el 15 de diciembre de 1961.

Luego de rechazarle una apelación, el criminal que enviaba por tren a miles de judíos a los campos de exterminio, le fijaron el horario de ejecución para la medianoche del 31 de mayo.

Sus restos fueron cremados y sus cenizas arrojadas al mar para evitar que a ningún seguidor del nazismo se le ocurriera peregrinar hacia una tumba en forma de homenaje.

A veces el diablo se viste de traje y puede ser nuestro vecino.

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