Por Iracheta
Hay una frase de Nietzsche muy conocida, se trata del parágrafo 146 en Más allá del bien y den mal: “Quien con monstruos lucha cuide a su vez de no convertirse en un monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también este mira dentro de ti.”Las interpretaciones que se agolpan al redor del aforismo nietzscheano son múltiples. Van desde una lectura simple, moralizante o una que adquiere tono más existencial, hasta la “aplicación práctica” (que a muchos nietzscheanos seguramente no les ha de gustar) de Allan Percy experto en coaching en Nietzsche para estresados. 99 píldoras de filosofía radical contra las preocupaciones (2012).
Vayamos en otra dirección y establezcamos aquí una conexión entre esa lucha vital contra los monstruos y la serie de televisión Strangers Things dirigida por los hermanos Matt y Ross Duffer, coproducida y distribuida por Netflix y que acaba de estrenar su cuarta temporada.
De cara a la pantalla preguntemos entonces ¿Acaso no supone esa lucha una distinción clara de quién o quiénes son esos monstruos, distinguir su naturaleza, su procedencia, su nombre? ¿Qué resulta más terrible, la frontalidad del monstruo o esa zona indeterminada de la que emerge? ¿Cuantas películas, series, novelas, cuentos, mitos no tienen como eje este combate a muerte con lo Otro-monstruoso o con lo “otro-monstruoso” en nosotros mismos? ¿De dónde surge el monstruo?
La temporada uno de Strangers Things nos pone en contacto con un argumento básico en las películas de ficción y de terror hollywoodenses, no hay vida sin una cierta lucha (agonía, agón como lo entendían los antiguos griegos) contra aquello que llamamos monstruoso, es decir, con lo Otro de la vida.

Dejemos de lado el sugerente tema de cómo el cine y las series de televisión plasman el encuentro traumático con las formas particulares de goce y de los “cuerpos monstruosos” (véase en esta clave La forma del agua de Guillermo del Toro) y conformémonos con poner de relieve lo que Stranger’s Things nos ofrece en sus primeros capítulos.
El personaje de terror Freddy Krueger en la emblemática Nightmare on Elm Street de 1984 nos sirve aquí de contrafigura, pues representan un sucedáneo plástico de un horror indescifrable. Es sabido que la película se inspiró en algunos artículos de los 70’s acerca de refugiados camboyanos que, instalados en Estados Unidos, empezaron a sufrir pesadillas. Varios de los refugiados terminaron muriendo mientras dormían; de acuerdo con el diagnostico de entonces, se trataba de un síndrome de muerte súbita que llamaron “el síndrome de la muerte asiática.” La pregunta natural era entonces
¿Qué provocaba esas muertes?

A lo que el escritor Wes Carven supo dar una respuesta creativa creando así la trama y el personaje con quemaduras que todos conocemos.
Si observamos con cuidado, notaremos que Strangers Things, aunque sea momentáneamente, nos sitúa en una zona previa al surgimiento de todo monstruo, previo al momento en el que el monstruo adopta cuerpo, voz, rostro.
El momento de suspenso real está ahí en donde el monstruo, la Cosa, algo indeterminado (sonidos, perturbaciones, sueños-alucinaciones) empiezan a amenazar la vida cotidiana de un grupo de preadolescentes en el pueblo de Hawkins, en Indiana, Estados Unidos durante los a los 80’s (la genialidad y el cuidado con la que se ha contextualizado dicha trama ha sido parte del éxito de esta serie).
La clave de esos primeros capítulos consiste en dejarnos suspendidos en la no comparecencia del monstruo.
Lo Otro aun no adquiere nombre por lo que aún no puede ser combatido. Solo podemos combatir lo que ya ha entrado –aunque sea monstruosamente- a nuestras coordenadas simbólicas, solo podemos combatir y vencer a los “Freddyes Kruegers”, a los monstruos que, al menos a nivel de la imagen, ya han sido domesticados.

El “terror” y el “miedo” con el que se juega en una infinidad de películas ya es una tabla de salvación frente a lo ignoto e innominado. Pues el miedo siempre lo es –dice Heidegger en Ser y tiempo– de cara a un ente intramundano que se aproxima amenazantemente y que, sin embargo, no termina por alcanzarnos.
Así en el avanzar de los capítulos vemos como el “demogorgón” pasa de lo ignoto a una forma humanoide depredadora, oral, que procede, como todas las figuras mítico-monstruosas de un lugar extra-humano.
Quisiera tomar aquí como pretexto a Strangers Things para pensar lo realmente terrible y angustioso, esto es, aquello de lo que ni siquiera podemos decir que sea próximo, pues su balbuceo, su epifenomenalidad está fuera de nuestro control y de nuestra percepción. Considero que esa es la clave para la leer la ficcionalidad en la que somos instalados en los primeros capítulos de Strangers Things, a modo de una metáfora de lo que sucede en el insomnio.
El vacío que se abre en el insomnio es muy particular, pues no se trata de caer en la “nada pura” -si es que tal cosa es imaginable-, se trata de un vacío en el que, sin embargo, es imposible no afirmar que hay algo… algo hay y estamos como atados a eso.
Algo hay antes de que resulte señalable y asumible la existencia en primera persona. Cuando Emmanuel Levinas señala –para simplificar el planteamiento- la experiencia de la cual procede su reflexión en torno al insomnio, dice:
“Mi reflexión sobre este asunto parte de recuerdos de infancia. Uno duerme solo, los mayores continúan la vida; el niño siente hondamente el silencio de su dormitorio como ruidoso…Algo parecido a lo que uno oye cuando se acerca una concha vacía a la oreja, como si el vacío estuviera lleno, como si el silencio fuese un ruido. Algo que se puede sentir también cuando se piensa aun cuando nada hubiera no se podría negar que hay. No es que haya esto o aquello; si no que la escena misma el ser está abierta: hay…”
Etica e infinito, 43-44.
Si nos permitimos una suerte de moraleja y de “homenaje filosófico” de la temporada uno y dos de Strangers Things, diremos pues que no podemos resistir mucho el “no saber.” En el caso del “demogorgón” de un no saber qué es lo que “amenaza del Otro lado.”
Ante el horror de lo indeterminado, de lo que simplemente balbucea tenemos necesidad de ponerle rostro, aunque este sea terrible, pues estar suspenso ahí sería equiparable a la locura.

Me atrevería a decir que antes del advenimiento de todo monstruo estamos ante una zona en donde aún falta la gramática propia del sueño de la que tanto depende el psicoanálisis, se trata de una de una impersonalidad, de una instancia amorfa y pre-personal de la cual se alimenta el mismo sueño y que constituye la liza onírica que hace posible a un Freddye Krueger.
Lo más terrible siempre será ese estadio previo a la intrusión en lo real, al enmascaramiento e incluso a la exageración caricaturesca de un Marshmallow Man.

Dejo estas preguntas al lector:
- ¿Qué otras series o películas nos ponen en contacto no con la personificación de lo monstruoso (al modo de un objeto fóbico) sino con la matriz que los produce?
- ¿Qué escenas rozan esa zona previa a la disrupción de la identidad traumática en la vida ordinaria nuestra y de los personajes?