Por Kevin Alcaraz
En los anales de la historia, pocos músicos han sido tan menospreciados como aquel grupo de mancunianos fanfarrones, portadores del engreído ADN rockero, ingeniosamente despeinados y sumamente intensos. Ya sean del agrado del público o no, indiscutiblemente se trata de una banda con decenas de dimensiones e influencias, que luchó por cobrar relevancia con tanto ahínco, que, cuando lo lograron, las tensiones internas congelaron su núcleo.
A lo largo de 1981, en Bradford, Inglaterra, Ian Astbury fundó -junto a sus amigos- el proyecto Southern Death Cult. Si bien, hicieron música con los discos de Siouxsie and the Banshees, The Cure y los Stooges bajo el brazo, ni su inmaculada escuela, ni el claro auge del post-punk británico les bastó para vivir algo más que un año.
Sin embargo, aquella semilla sirvió para que, tras su disolución, acto seguido haya nacido otra banda llamada Death Cult -ahora con Billy Duffy en la guitarra-, quienes al menos sí alcanzaron a para publicar su LP homónimo.

Luego de un auténtico carrusel de músicos, el grupo fue rebautizado como The Cult en 1984, y completado con Jamie Stewart en el bajo y Nigel Preston en la batería. Así, en abril de aquel año lanzaron su sencillo debut: Spiritwalker, con una aceptación más que respetable en el mercado inglés.
Consecuentemente, llegó el álbum Dreamtime (1984), del cual se desprendió el también exitoso tema Go west con una clara influencia gótica -una fórmula no necesariamente muy aclamada en el mainstream-. Y es que, gracias a sus temáticas nativas norteamericanas y sus poderosos riffs electrificados, esta nueva banda daba vitalidad al largo desierto rockero atestado de new wave e indie por el que pasaba Europa en los ochentas.
De hecho, el primer gran éxito del grupo no se hizo esperar mucho. Love, publicado en 1985, trajo consigo el icónico She sells sanctuary que, acompañado de Rain y Revolution, proyectó al álbum hasta alcanzar las dos millones de copias vendidas en el mundo. La flamante combinación de hard rock con psicodelia sesentera –dejando atrás la imagen gótica-, sin duda probaba ser la metodología adecuada para la banda.

“Our music is just melodies and guitars. We’re like Big Country and U2, only better!”
Astbury.
Naturalmente, ante el más mínimo vestigio de popularidad, Ian se montó en su nube de egolatría; lo que desembocó en diferencia irreconciliables con Nigel -quien fue sucedido por Les Warner-, así como que se atreviera también a plantarse frente a Rick Rubin para que este produjera uno de los trabajos más sobresalientes del rock ochentero.
Electric, de 1987, y sus sencillos Wild flower, Lil´ Devil y Love removal machine cargaron con poderosos riffs de guitarra que rayaron en una imitación de AC/DC, el álbum vendió cerca de tres millones de copias y la respectiva gira mundial fue todo un éxito, en la que fueron apoyados por unos tales Guns N´ Roses. Aunque, nadie sospechaba que en el seno del grupo se cocinaban a fuego alto disgustos importantes entre sus pilares.
Astbury y Duffy resolvieron despedir a cualquier integrante del equipo que les viniera a la mente–salvo a Stewart– y mudarse a Los Ángeles; posiblemente, buscando revivir la llama en su relación. Por otro lado, el recién despedido Warner, los demandó exigiendo su correspondiente tajada de las regalías; el juicio se extendió por años.
Una vez acomodados en la costa oeste, grabaron una veintena de canciones, contrataron a Matt Sorum en la batería y a Bob Rock en las consolas -sí, el legendario genio detrás de Metallica-, para la publicación de lo que sería Sonic Temple en 1989. Un álbum verdaderamente superlativo cuya estela sirvió como piedra angular del rock noventero gracias a temas como Sun King, Edie (Ciao baby), Sweet soul sister y Fire woman.

The Cult pasaba por el solsticio veraniego de su carrera; pero los conflictos internos escalaron con más intensidad que nunca. Ian perdió a su padre en plena gira -además de rechazar el papel de Jim Morrison que le ofreció Oliver Stone para su película biográfica; si bien, años después que cumplió el sueño de personificar a su ídolo con una banda tributo/plagio de The Doors en los dos mil-, Jamie abandonó a la banda para mudarse a Canadá y Matt se unió a los Guns N´ Roses.
En medio de rumores sobre una inevitable separación, Astbury organizó en 1990 la primera edición del festival A Gathering of the Tribes. Este, contó con actos como Soundgarden, Indigo Girl, Queen Latifah, Iggy Pop, Public Enemy y Ice T. El evento, además de servir como ladrillo fundador del Lollapalooza al año siguiente, revitalizó al grupo para su material entrante.

“I always thought of The Cult as the Fulham of the Premiership, a cute little ground where everyone likes going, and a team that sometimes beats the big clubs.”
Duffy.
Ceremony llegó en 1991 con la promesa de convertir a The Cult en una banda pilar de la escena noventera; sin embargo, sirvió como catalizador para que esta se asentara como una agrupación de segunda línea. Las canciones nuevas eran buenas a secas, la agrupación fue demandada por explotación infantil al poner la fotografía de un niño nativo en la carátula, y, por si fuera poco, el ex-baterista y buen amigo Preston murió a los 28 años de edad.
Ya con poco impulso, Ian y Billy publicaron la oveja negra de su discografía en 1994: The Cult. Este fue algo mejor que su predecesor, extremadamente incómodo, más grosero e intenso, pero todo un fracaso en ventas, lo que terminó por sepultar la relación entre ambos líderes.
La segunda mitad de la década vio cómo deambulaban compilaciones, álbumes en directo y trabajos en solitario. Solo hasta el ocaso del milenio llegó la gira de reunión titulada Cult Rising; la cual fue un éxito, y comprobó que no había nada mejor que un par de años de ausencia para atraer algo de atención.

Listos para asaltar las listas de popularidad, trajeron de vuelta a Bob Rock para mezclar Beyond Good and Evil (2001), encabezado por el sencillo Rise. Ambos tuvieron un impulso inicial muy respetable, pero terminaron por ser un desastre comercial debido al conflicto que emprendió Astbury en contra de Atlantic Records –quienes, aparentemente, metieron mano de más en el producto final-.
La gira terminó por cancelarse, el sencillo fue retirado del mercado, la banda fue rescindida y el álbum enterrado por la crítica. Así, The Cult se volvió a desintegrar en 2002; uno de los comebacks más desangelados y fugaces que se recuerdan.
Aunque, como era de esperarse, durante los siguientes años Ian y Billy coqueteaban con la idea de reunirse de nuevo –posiblemente porque agotaron sus cuentas bancarias-, hasta que, por fin, publicaron Born into This en el 2007 y Choice of Weapon en 2012 con una nueva carga pseudo glam rock, que, aunque gustó, no alcanzó para regresar a lo alto.

En cambio, desde entonces se han establecido como un acto con cierta inmunidad crítica –prueba de ello son Hidden City (2016) y Under the Midnight Sun (2022) en los que volvieron a sus raíces británicas- y, consecuentemente, una envidiable holgura creativa. Y es que, aunque se siguen ausentando por lapsos importantes –para variar-, aún cuentan con una fiel base de seguidores.
Hoy por hoy, The Cult llena clubes de unas dos mil personas en ambos lados del Atlántico, Ian sigue aullando con fuerza y Billy componiendo epopeyas rimbombantes con su guitarra. Juntos, mutaron de ser parias del norte de Inglaterra a tesoros locales. Sin duda, ambos, con sus bizarros modos, edificaron una auténtica banda de culto.
“Technically, my best days are behind me. But I feel like I’m having pretty good days now.”
Duffy.