Por Kevin Alcaraz
Indudablemente, los ingleses son piedra angular en la cultura occidental. La hora del té, la cruz roja de San Jorge y el fútbol son parte de su enorme legado a nivel mundial. Sin embargo, la cultura inglesa, con todo su color (o ausencia de él), pocas veces fue mejor proyectada que por la música de The Kinks, quienes resultaron ser más británicos que la reina misma.
La génesis de la agrupación data de 1963. Mick Avory (batería) y Pete Quaife (bajo) se unieron a los hermanos Dave y Ray Davies (guitarras) para crear un concepto musical sin precedentes. Digno de los suburbios londinenses, la banda impulsó el aclamado garage rock, caracterizado por su sonido atrevido, explosivo y mordaz.
Fueron la semilla para un sinfín de géneros como el Heavy Metal, Hard Rock, New Wave o el mismísimo Punk.
Ya sea porque rivalizaron con Rod Stewart para captar la atención en su natal Muswell Hill, por el tan apropiado nombre que eligieron para la banda, o por la descomunal You really got me; el hecho es que The Kinks tuvo un impacto inmediato en la juventud de la época, quienes se fascinaron con su propuesta algo retorcida.
En 1964, You really got me escaló rápidamente al puesto de honor en las listas de popularidad en ambos lados del Atlántico.
Con ello, las estaciones de radio y la prensa encontraron un contendiente más para The Beatles y The Rolling Stones, quienes ya impulsaban la fórmula de publicar cinco sencillos al año con ventas mínimas de 300 mil copias cada uno; un ritmo ciertamente demandante para cualquier artista.
La inmediatez con la que debían componer canciones llevó a la banda a tatuarse tres notas y girar sus primeros trabajos en torno a ellas. All day and all of the night, Tired of waiting for you y A well respected man posicionaron a The Kinks entre las bandas con más ventas a mediados de los sesenta, aunque no gozaran de gran aclamación crítica.
Este modelo no duró mucho. Tras el veto de la banda en Estados Unidos por ¨promover la violencia en sus shows¨ al arrojarse instrumentos entre ellos, The Kinks se vieron forzados a replantear su estrategia comercial. Algo por lo que no pasó The Who, por ejemplo.

Incapaces de aprovechar la invasión británica, la banda se retiró de los escenarios temporalmente.
Pero sólo para concentrarse en una propuesta musical más madura con sus álbumes Face to Face (1966) y Something Else by The Kinks (1967).
La cotidianidad inglesa pasaría a ser el tema central de sus canciones, abrazaron su cultura y rechazaron ¨americanizar¨ su sonido como sí lo hicieron The Animals o The Hollies, entre otros. Canciones como Sunny afternoon, Waterloo sunset y el álbum The Kinks Are the Village Green Preservation Society (1968) los convirtieron en una banda de culto con excelentes críticas, pero escasas ventas.
Para 1970, la American Federation of Musicians le levantó el veto a la banda. Con la llegada de los hippies: la invasión británica estaba en coma. Sin embargo, The Kinks publicó el álbum más exitoso de su carrera: Lola Versus Powerman and the Moneygoround, Part One el cual vio la luz el 27 de noviembre de aquel año.
Lola y Strangers cobraron algo de justicia para la banda.
Nuevamente la fama se les escurrió entre los dedos, ya que tras fallar en ventas con los álbumes Muswell Hillbillies (1971) y Everybody’s in Show-Biz(1972), The Kinks , ahora con John Dalton en el bajo, adoptó por el resto de la década un estilo más teatral.
Durante los setentas, las letras de The Kinks decían lo mismo que hacía diez años; criticaban ser una sociedad conformista, viciosa y pobre. Atacaban duramente lo fútil de la farándula en una época dominada por la extravagancia de la música disco.
Naturalmente, los resultados fueron decepcionantes.
Una tal banda llamada Van Halen no solo grabó su propia versión de You really got me, sino que la lanzaron como sencillo en 1978.
Esto ayudó a que, después de años, los álbumes Low Budget (1979) y Give People What They Want (1981) registraran ventas considerables en Estados Unidos. Pero nuevamente la aceptación de la banda fue fugaz en el público norteamericano.
Sin duda, el lapso más difícil para The Kinks fue durante los ochentas.
Word of Mouth (1984), Think Visual (1986) y UK Jive (1989) fueron fracasos rotundos tanto crítica como comercialmente. Mick Avory abandonó la agrupación. El inmortalizarse en el Salón de la Fama del Rock and Roll en 1990, no fue suficiente para levantar la carrera de la banda.
La verdad sea dicha, aunque estoica en sus formas, también habían quedado a deber con sus últimos trabajos.
A mediados de los noventas, luego de 33 años de carrera, 24 álbumes, 78 sencillos y una sensación de injusticia generalizada, The Kinks por fin se rindió, justo a las puertas de un nuevo fenómeno musical del cual fueron grandes responsables: el Britpop, pero ya era tarde.
Con la llegada del nuevo milenio, el estatus de la banda mejoró significativamente.
Cuentan con mucha más difusión radiofónica que antes y son reconocidos como influencia de grandes y tan variadas bandas como The Clash, The Doors, Oasis, The Pretenders, The Stooges, entre muchos otros.
A pesar de ello, hoy permea la pregunta:
¿Qué hubiera representado The Kinks sin ser vetados en Estados Unidos en el momento más crítico de la invasión británica? ¿Habría sido diferente el destino para ellos si hubieran hablado del glamour de Londres, como lo hizo Led Zeppelin, en lugar de darle voz a la clase obrera? ¿Dejarían de ser considerados músicos con temáticas grises e insípidas?
La realidad es que, para bien o para mal, The Kinks murió. Pero lo hizo con las botas bien puestas.