Por Kevin Alcaraz
Fusionar el punk y la música electrónica debe ser la mejor idea jamás concebida. Así, la descarga de adrenalina con un toque estético indisciplinado, más los despliegues físicos de lunáticos, sirvieron de catalizador para que, en 1990, se destapara el acto dance estelar para las masas alternativas.
Hasta antes de los noventa, la música rave era considerada un subproducto barato del house; sin embargo, el joven clarividente Liam Howlett estaba decidido a llevar al género al siguiente nivel de seriedad. Para eso, reclutó a los brillantes Maxim y Leeroy Thornhill, así como también a la respuesta a la pregunta ¨¿qué pasaría si Ace Ventura hubiera nacido en Essex?¨: el genial Keith Flint.
Así, con las piezas correctas y en el lugar adecuado, juntos formaron The Prodigy -tomado del importante teclado modelo Moog Prodigy-; un grupo de cuasi Djs y bailarines con poco recorrido en la escena hip-hop, pero con firme convicción de empezar por destacar en los clubes nocturnos más inseguros de Dalston, Inglaterra.

“So I’ve decided to take my work back underground to stop it falling into the wrong hands.”
Howlett.
Cuando, por fin, completaron su primer trabajo en 1992, titulado Experience, la música electrónica en general parecía haber dado un paso agigantado en busca del reconocimiento mainstream. Y es que, encabezado por el tema Out of space, el álbum fue piedra angular para que el ocaso del milenio se alzara como la época dorada para todo sonido salido de un sintetizador.
Por aquellos años, se había hecho tendencia la infame Ley de Justicia Penal y Orden Público de 1994 en Reino Unido -misma que sancionaba las fiestas de índole juvenil, con todo y sus luces estroboscópicas-; que, lejos de socavar a los inadaptados adolescentes ingleses, propició el nacimiento de otros genios de los teclados como The Chemical Brothers, Fatboy Slim y Faithless. La columna vertebral del género era más que sólida.
Además, ese mismo verano vería la luz el superlativo More Music for the Jilted Generation; un trabajo más rockero y techno, que sirvió como respuesta al tenso ambiente en el país. Sus temas Voodoo people, No good (Start the dance) y Poison fueron pesados, anchos y sustanciales, y los videoclips desprendidos de aquellos sencillos ya daban indicios de una creatividad especial.

Aún así, el reconocimiento verdadero de The Prodigy en Estados Unidos -y, consecuentemente, del mundo entero- llegó hasta 1997, cuando publicaron la epítome de lo que recién se conocía como big beat.
The Fat of the Land echó el mercado abajo llegando al número uno en ventas en 16 países diferentes -incluido el de las hamburguesas y el pollo frito-, algo nunca antes alcanzado por un acto dance. Diesel power, Funky shit, Mindfields, Smack my bitch up, Breathe y Firestarter rompieron cada récord para una banda de corte electrónico; sin mencionar que, era la primera vez que incorporaban líneas vocales, melodías más simplificadas y un descarado acercamiento al punk.
Por si fuera poco, la banda se envolvió en una especie de aura mística. Se rehusaban a hacer apariciones en cadenas nacionales, al tiempo en que sus nuevas canciones retumbaban en las radiodifusoras del orbe y musicalizaban cualquier película o videojuego que quería sonar ¨cool ¨.
Los increíblemente icónicos promocionales desprendidos, y en particular el de Smack my bitch up -dirigido por el inmortal Jonas Akerlund– alzaron las cejas de todo grupo derechista; que, de hecho, acusaban al tema principal de promover la violencia de género y el abuso doméstico, sin sospechar que era una mujer la protagonista de dicha narrativa autodestructiva. Si bien el clip no fue del todo censurado, solo fue transmitido a altas horas de la noche; incluso, siendo nombrado por MTV como el video más controvertido en la historia de la televisión.

“They didn’t want us to play this fucking tune. But the way things go, I do what the fuck I want.”
Maxim.
Curiosamente, tras aquel aplastante éxito, Thornhill dejó a la banda y el resto de los miembros se tomaron un largo hiato hasta 2001 -cuando volvieron a dar conciertos-. Aún así, el siguiente material tuvo que esperar hasta 2004, con la publicación de Always Outnumbered, Never Outgunned.
Si bien el nuevo álbum quedó lejos de los números de su predecesor, los sencillos Spitfire y You´ll be under my wheels fueron recibidos con aceptación. The Prodigy, tanto musical como presencialmente, parecía haberse hecho más lascivos y dependiente de sustancias ilícitas; aunque la consecuente gira de dos años ininterrumpidos fue todo un triunfo para los integrantes.
Esta línea, se extendió hasta el siguiente álbum: Invaders Must Die (2009). Al decir verdad, también volvieron muchos principios de los primeros trabajos como la ausencia de líricas y la acogida a géneros periféricos. Así, el tema homónimo, Omen, Thunder, Warrior´s dance y Stand up significaron el mayor éxito de la banda en más de diez años.

“We sat down and talked about where the next album was gonna go, and we knew we had to bust out the most ‘band’ album we could create.”
Flint.
Si bien no participaron directamente en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, quedó clara la posición de la agrupación en el corazón del patrimonio musical de Inglaterra al ser referenciados con su electro-punk en dicha transmisión.
Así mismo, la década pasada, se filtraron las primeras tensiones entre algunos miembros del grupo; especialmente, en 2015, cuando The Day Is My Enemy (2015) fue lanzado al mercado -posiblemente el disco más violento que hayan hecho-. En este, no solo tuvieron la oportunidad de colaborar con Public Enemy en el tema Shut´em up, sino que también salieron de gira con los dioses del hip-hop.
De esta forma, lo que parecía ser un nuevo amanecer para The Prodigy con la publicación de No Tourist a finales del 2018, terminó por ser una tragedia meses después: para sorpresa de todos, Keith Flint fue encontrado sin vida en su casa a los 49 años de edad. Inmediatamente, se hizo viral el hashtag Firestarter4Number1 en tributo al carismático cantante y bailarín.

Desde entonces se ha rumorado sobre un posible documental acerca de la banda. Además, el año pasado volvieron a los escenarios en conmemoración al 25 aniversario de The Fat of the Land; y, según se cuenta, sus presentaciones siguen siendo conducidas por la urgencia de capturar el momento, la euforia y una energía maníaca.
Al final del día es justo decir que The Prodigy es uno de los actos más importantes de los últimos treinta años. Seis de sus siete álbumes -todos menos el primero- han encabezado las listas de ventas; el rango musical que presumen ha sido tan amplio, que aún hoy genera polémica entre los puristas sobre cómo encasillarlos; y, sin duda, antes de ellos, los subwoofers nunca habían sonado tan bien. Han martillado la escena con tal potencia convulsiva que la amplitud de su onda ha alcanzado a millones en el mundo.
“Often reflected the more intelligent edge of trip-hop, and rarely broke into the mindless arena of true big beat.”
AllMusic.