Mi consejo siempre, cuando alguien quiere saber más de videojuegos, es que esté al tanto de la escena indie. Ya sea que revise lo que dicen los críticos, mire lo que anda saliendo en Steam, se aventure a pescar en la mera fuente en itch.io o, también, que se pague algún servicio de suscripción con el que pueda acceder a juegos indies sin andar gastando tanto. De estos servicios, el mejor, para mí, es el Game Pass de Xbox, que recientemente sacó una verdadera joya que bien vale la pena experimentar: Trek to Yomi (2022) de Leonard Menchiari y Flying Wild Hog, distribuido por la intachable empresa Devolver Digital, cada vez más reconocida como “descubridora” y curadora de geniales videojuegos de la escena independiente.
El juego en sí es de acción en 3D, en tercera persona y con cámara fija (algo así como el primer Resident Evil), pero eso no es todo.
Si has jugado un soulslike, reconocerás la mezcla exacta de dificultad y recompensa que Trek to Yomi recrea con un presupuesto mucho más pequeño, pero, por suerte, este título no se limita solamente a repetir la alquimia de From Software a menor escala.

Trek to Yomi se presenta desde un inicio en blanco y negro, completamente en japonés, con un flitro que simula la textura de una película grabada en cinta de celuloide. A todas luces, se trata de un homenaje al legendario cine japonés de los años cincuenta, en muchas ocasiones se antoja a que estás jugando una adaptación interactiva de Los siete samuráis de Akira Kurosawa.
En un contexto en el que los juegos AAA se aferran casi todos a la misma presentación genérica, con tono y ambientación a medias entre Assassin’s Creed y una serie de acción de Netflix, ¡incluso casi siempre con la misma interfaz!
Trek to Yomi se siente atrevido, valiente, descarado al reivindicar su linaje y afirmar que, sí, en efecto, un videojuego claro que sí puede declararse como el heredero legítimo de Akira Kurosawa.

Pero lo que más me enamoró de este juego no fue solo su estética audiovisual (que, insisto, es excelente) sino también la manera en que su tono y su tema están hábilmente entretejidos con la experiencia al momento de jugar.
El gameplay (las mecánicas concretas de cómo interactúas con el software) te castiga luego luego si lo quieres jugar como se juega a cualquier otro juego de “hack-and-slash”. Si te avientas a lo loco, apretando cualquier botón a ver qué pasa, el primer enemigo te va a matar con unos cuantos golpes de su espada.
No, estimado lector, para nada…
Este es un juego de samuráis, y eso va en serio. Te cuenta la historia de un guerrero sabio y altamente disciplinado que derrota a sus enemigos porque domina su cuerpo, su arma y su fuerza para usarlos solamente en el momento preciso con la intención correcta. La única manera de avanzar más allá de la primera pantalla de Trek to Yomi es aprendiendo a dominar el arte del parry. Esperar al momento exacto antes de que te hiera un enemigo y contraatacar hasta la muerte. El jugador que aviente a su personaje hacia enfrente nada más masheando todos los botones no va a llegar a ningún lado. Desde los aspectos más básicos de su diseño, Trek to Yomi te obliga a cambiar totalmente tu mentalidad si quieres pasarlo.

Y he ahí donde su equipo de desarrollo triunfa y crea una estética profundamente armónica y fenomenal. Somos muy afortunados, en realidad, de ya no vivir en la década de los 2000 y su infame “disonancia ludonarrativa.” Ese concepto se refiere a cuando la manera de jugar (ludi, en latín) al juego se contradice con lo que te quiere contar la historia (ejemplo clásico: un protagonista de shooter mata a mil enemigos durante el nivel, pero luego la cutscene quiere que te creas que se siente mal por matar a un solo villano).
¡Qué lejos estamos hoy de esas disonancias! Al contrario, Trek to Yomi es solo otro ejemplo de cómo el arte de los videojuegos ha madurado al punto en el que la manera de jugarlo (metódico, con disciplina, anticipando al enemigo, sin “avorazarte” ni perder el control) está en armonía perfecta con la estética que transmite a nivel narrativo y audiovisual (parece y suena como una película de samuráis, la historia habla del honor y la templanza).
Es un juego de samuráis que te exige que lo juegues con tu mente en “modo samurái.”

La acción de espadazos no le resta a la historia, sino que es una parte imprescindible en la construcción de un solo gran (y hermoso) efecto estético en armonía, precisión y equilibrio. Como en cualquier buena obra de arte, nada sobra, todo lo que el espectador percibe es exacto e intencional. Alcanza y supera toda expectativa de “entretenimiento” y triunfa propiamente como obra de arte, pues fabricó el punto de encuentro exacto entre forma y fondo.
¡Lo recomiendo de todo corazón!